La Colombia espiritual, la que practica religiones distintas a las mayoritarias y la laica descansan en estos días, ya sea por celebrar la Semana Santa, porque son estudiantes en semana de receso o por los dos festivos seguidos que empiezan hoy. Estamos, entonces, en un momento de descanso nacional, en ocasiones de reencuentro, pero en todos los casos ante una oportunidad para hacer una necesaria pausa en el camino en medio de un año plagado de noticias terribles y filtrado por el lente polarizador de la campaña electoral.
La campaña es cruda y cruel. Las falsas denuncias de fraude electoral, fomentadas por una institucionalidad torpe y en ocasiones negligente, se han encargado de erosionar la legitimidad de todo el proceso. Después de unas difíciles elecciones legislativas, los candidatos a la Presidencia han buscado venderse como de “unión”, mientras pintan a la contraparte como el enemigo que debe ser destruido. En medio del ruido, los periodistas hemos sido señalados incluso de ser colaboradores del narcotráfico por ejercer de manera libre nuestro trabajo y, así, hoy más que nunca, es complejo para los colombianos poder diferenciar la información verificada de las noticias falsas.
Estamos cavando, casi que con entusiasmo, un pozo de polarización, desinformación e intolerancia. Por eso seguimos insistiendo en el mensaje que dimos al comenzar el año: es necesaria una reflexión individual y colectiva sobre las formas de hacer política.
La dinámica electoral es abrumadora, pero pasa por todos y cada uno de los ciudadanos que compartimos este país. Por eso, si hay un esfuerzo conjunto y consciente de entablar diálogos a pesar de las diferencias, de apostarle a la prudencia en vez de la retórica incendiaria, de comprender que, sin importar quién gane, seguimos en el mismo barco, podemos bajar un poco las tensiones. Después de la segunda vuelta el país seguirá, así como sus instituciones, y es clave que la convivencia en paz sea un propósito consensuado.
Hemos olvidado con rapidez las lecciones de una pandemia que todavía no termina. ¿Dónde están las promesas de ser una mejor sociedad, de ver cómo la solidaridad fue la que nos salvó y nos sigue protegiendo? De China llegan imágenes de nuevos confinamientos terribles y frustrantes, personas con hambre por culpa de la reacción al virus, mascotas siendo sacrificadas de manera cruel. Los ecos del dolor y la desesperación no se sienten lejanos, pues muestran un mundo todavía en riesgo, en crisis por la pandemia, mientras los conflictos internacionales, y también el nuestro, ese que tanto conocemos, nos aterrizan con sobriedad en una realidad que a menudo es angustiante.
Por eso, en medio de tanta oscuridad y de tantas fuerzas que apuntan a la violencia, los colombianos necesitamos construir nuestra propia esperanza, encontrar inspiración en los éxitos recientes y no tan recientes de proyectos colectivos, como el cumplimiento de las reglas de bioseguridad, y mirarnos a los ojos como lo que somos: seres con pasiones y diferencias profundas, sí, pero que también queremos vivir tranquilos, sin violencia ni miedo.
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