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El reciente acuerdo de asociación estratégica entre el autócrata ruso Vladimir Putin y Kim Jong-un, dictador norcoreano, enciende las alarmas al contemplar un pacto de “defensa mutua en caso de agresión” y establecer un mayor intercambio técnico-militar entre ellos. Esta movida, dentro del tablero del ajedrez mundial, le permitirá a Rusia recibir una mayor cantidad de munición y misiles de Corea del Norte, mientras que Moscú no sólo continuará el envío de alimentos y gasolina a su aliado, sino que podrá proveer mayor apoyo en materia nuclear a Pyongyang. De esta manera se está reeditando una nueva versión de la Guerra Fría, con consecuencias imprevisibles hacia futuro.
El mandatario ruso tomó este paso frente a lo que consideró un mayor involucramiento de países occidentales a favor de Ucrania, dado que Estados Unidos ha suministrado aviones F-16 que pueden atacar territorio ruso. De otro lado, el domingo anterior culminó en Suiza una cumbre de paz para Ucrania, a la que asistieron 93 países, con la ausencia de Rusia y China, y a la cual el presidente Gustavo Petro decidió no acudir a último momento. En la declaración final, que no firmaron 13 países, se acordaron tres temas importantes: que haya un uso seguro de la energía nuclear, para lo cual Ucrania debe tener “pleno control soberano” sobre la central nuclear de Zaporizhia, la mayor de Europa; que se asegure el tránsito marítimo, para garantizar la seguridad alimentaria, y, por último, que se haga un intercambio recíproco de prisioneros de guerra, así como el retorno de los niños y los civiles ucranianos secuestrados.
Desde el inicio de la guerra de agresión contra Ucrania Putin ha fortalecido su cercanía con China, Irán, Corea del Norte, Venezuela, Cuba y Nicaragua. No visitaba Corea del Norte desde hacía 24 años y, como hecho paradójico, en este período se había ofrecido para ayudar al desmantelamiento del programa nuclear de Pyongyang. Aunque no se conocen los pormenores de este acuerdo de defensa mutua, se da por descontado que Kim aumentará el envío de material militar esencial para Moscú. Se calcula que los rusos han recibido alrededor de cinco millones de proyectiles, de manera secreta, así como decenas de misiles balísticos, transportados en cerca de 11.000 contenedores. Este intercambio aumentó sustancialmente a partir de septiembre pasado, tras la visita del dictador norcoreano a Moscú.
Ambos países viven una situación de aislamiento mundial. En el caso de Putin, comenzó por la orden de arresto que tiene en su contra, emitida por la Corte Penal Internacional (CPI), tras la comisión de delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra. Puede visitar sin problemas países que no aceptan la jurisdicción de la Corte, como Corea del Norte. No le sucede lo mismo con muchos otros países donde se debería aplicar su inmediata detención. Es por este motivo que se dio de manera natural una alianza entre un autócrata, megalómano, belicista y un dictador que somete a su pueblo al mayor aislamiento mundial, en un régimen del terror dedicado a fortalecer su programa nuclear y un emporio armamentista, mientras el país ha padecido grandes hambrunas. De allí que Kim Jong-un haya dicho que el pacto es “estrictamente amante de la paz y defensivo”, mientras manifestó su “pleno apoyo y solidaridad al Gobierno, al Ejército y al pueblo rusos en la ejecución de la operación militar especial en Ucrania”.
Este tipo de acuerdos no auguran un futuro de paz para el mundo, en medio de un escenario internacional cada vez más caldeado, en el cual Rusia no oculta su deseo expansionista, buscando recuperar el control de territorios que estuvieron bajo el dominio de la extinta Unión Soviética, y Estados Unidos demuestra una evidente doble moral al criticar y sancionar con razón a Putin, pero no hace lo mismo frente al horror y los crímenes de guerra de Benjamin Netanyahu en Gaza.
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