El Partido Comunista Chino (PCC) mostró los dientes y su intransigencia ante la visita de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, a Taiwán. La isla, que tiene cerca de 23 millones de personas y que ha declarado la independencia de China continental, es una de las obsesiones de Xi Jinping. Por eso las democracias libres deben rechazar la intervención y apoyar al gobierno de la isla, que ha hecho su propia historia apostándoles a las instituciones liberales.
Ya hemos visto lo que el PCC les hace a quienes se oponen a su mando tiránico. Hong Kong, otrora bastión democrático, lleva años desarmando sus libertades, viendo cómo desaparece su Estado de derecho y encarcelando a estudiantes por el terrible crimen de defender la democracia. Las protestas que vimos hace unos años en la isla y que inspiraron al mundo fueron seguidas de un proceso de silenciamiento brutal que ha cerrado medios de comunicación y dejado claro que el sistema del PCC es la autocracia caprichosa. China continental lo demuestra: los discursos están ampliamente censurados, las leyes se aplican según el interés del Partido, las diferencias se aplastan, a menudo con violencia, como ocurrió con la comunidad de musulmanes uigures.
Eso es lo que pretende repetir el PCC con Taiwán. Y es que el contraste es notable: la isla ha construido una democracia estable con alta participación, tiene un robusto sistema de medios de comunicación, se labró un espacio en el comercio internacional a partir de la innovación y la cooperación. Ahora, el PCC utiliza su diplomacia de mano dura para forzar a los países a no reconocer a Taiwán, y así ha pasado, por la gran chequera creciente de China continental. Pero a pesar del bloqueo diplomático, Taiwán, con sus instituciones, con sus gestos de buena voluntad, con su gente, sigue existiendo y pidiendo su libertad. La pregunta para las democracias libres del mundo es: ¿abandonarán a la isla solo por el peso económico que logra China continental? En cuanto a Hong Kong, la respuesta fue desalentadora.
Por supuesto que la visita de Pelosi fue un desafío temerario. Pero también es un apoyo necesario en un mundo donde los estados democráticos se quedan cada vez más solos. El PCC mordió el anzuelo: el Ministerio del Exterior chino dijo que “jugar con fuego hace que te quemes”, en una clara amenaza, y argumentó que la visita “envía una señal equivocada a las fuerzas separatistas que buscan un Taiwán independiente”. También se aprobaron ejercicios de guerra cerca de la isla. Lo que el ruido esconde es que la isla ya es independiente y se ha autodeterminado por décadas. Pelosi, en cambio, fue clara: “la solidaridad con los 23 millones de personas de Taiwán es más importante hoy que nunca, mientras el mundo enfrenta una decisión entre la autocracia y la democracia”.
Estamos de acuerdo. Colombia, que viene acercándose sin pudor al PCC, debe preguntarse por las situaciones que avala diplomáticamente. Guardamos silencio frente a Hong Kong, la estrategia con Taiwán no debería ser la de una cómoda indiferencia.
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