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A pesar de la crisis económica, la inflación y el aumento del dólar, 2022 ha sido un año marcado por el auge de los conciertos en Colombia y en especial en Bogotá. Es una muy buena noticia: uno de los sectores más golpeados por las cuarentenas fue el de la cultura, en particular fue el caso de aquellas actividades productivas y servicios relacionados con los espectáculos. Lastimosamente, también han sido noticia diversas situaciones en las que organizadores de eventos defraudaron y pusieron en peligro a asistentes, proveedores y personal logístico.
Basta con recordar lo sucedido hace unos meses con el Jamming Festival. Primero le prometieron el cielo y la tierra a un público que después del encierro de la pandemia estaba sediento de conciertos de algunos de los artistas más destacados de Latinoamérica y el mundo. Después vendieron boletas sin un sistema de tiquetera y a precios increíblemente bajos, con copiosas y espontáneas ofertas y sin patrocinadores. Faltando solo unas horas para la cita, los organizadores cancelaron. Miles de personas habían viajado hasta Ibagué para disfrutar o para trabajar en el festival y su comercio circundante, pero terminaron con sus cuentas vacías, mercancía o comida por vender y una gran decepción ante un evento que no ocurrió a pesar de que la propia Alcaldía de la “capital musical de Colombia” se presentara como como socia y garante.
Pero la ausencia de garantías está yendo incluso más allá. Es inaceptable que quienes compran boletas para un evento masivo —muchas de ellas a precios muy elevados— salgan decepcionados por malas condiciones técnicas, logísticas y de sonido. Y lo que es peor: que los asistentes a estos eventos sientan que su seguridad e integridad están puestas en riesgo a la hora de asistir a un concierto. Así sucedió en la presentación de Dua Lipa en Bogotá. Aunque afortunadamente no hubo casos de lesiones graves ni pasó a mayores, la discusión en torno al concierto estuvo marcada por malas condiciones de sonido, estampidas y colados.
Se trata de situaciones que mal manejadas pueden derivar en tragedias. Eso fue lo que sucedió el año pasado en EE. UU., en el festival Astroworld, encabezado por el rapero Travis Scott: hubo nueve muertos y centenares de heridos tras una serie de desmayos que se hicieron mortales cuando empezaron a suceder estampidas humanas. Y es que a la atención al cuidado básico hay que sumar la realidad de que los conciertos son en su mayoría escenarios en los que terminan primando el comportamiento de grupo y el pánico colectivo, y donde el consumo de alcohol y otras sustancias psicoactivas afecta el comportamiento de muchos y aumenta los riesgos.
Debemos insistir en la necesidad de garantizar espacio, hidratación y orden para prevenir lesiones e incluso la muerte a la hora de atender a estos eventos. Los asistentes deben poner de su parte respetando la boletería, las filas y al personal logístico, así como educándose y acatando recomendaciones de autocuidado. Por su parte, las autoridades deben revisar la viabilidad de ciertos espacios para recibir aforos multitudinarios y hacer veeduría sobre la calidad técnica para proteger al consumidor. Esperamos que la Alcaldía de Bogotá logre justamente eso de cara a los numerosos eventos que coincidirán en la capital durante lo que resta del año. Pero especialmente debemos extender un llamado a las empresas gestoras para que garanticen que no sucedan más decepciones como estas, que comprometen recursos y, especialmente, la confianza e integridad de un público creciente que no debería tener razones para temer.
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