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Los líderes políticos están quedando en vergüenza al utilizar con ligereza enfermedades para atacar a sus oponentes. Lo vimos en el debate en que Íngrid Betancourt ventiló una situación íntima de Gustavo Petro frente a todos los reflectores, y lo repetimos en el intercambio de acusaciones entre Armando Benedetti, líder del petrismo, y Rodolfo Hernández, candidato presidencial, quienes dijeron que cada uno parecía tener “alzhéimer”. No se trata de un insulto simple ni de la ya tan usual degradación del debate, lo que de por sí debería generarles reproche social, sino que además es la instrumentalización de situaciones difíciles que aquejan a cientos de miles de colombianos que ven cómo sus realidades son banalizadas en el circo político.
Lo peor es que no parece que exista voluntad de cambio. Después de que Betancourt, sin motivo alguno, describiera un episodio depresivo severo que supuestamente sufrió Petro, fue a Blu Radio a defenderse: dijo que se trata de “minucias” y que quizás todas las críticas que ha recibido se deben a que es mujer. Como no hay pizca de reflexión en la actitud de la aspirante que busca representar a todos los colombianos, se hace necesario demostrar por qué sus palabras hacen daño mucho más allá del ataque personal a otro candidato presidencial.
Betancourt cometió dos actos de agresión en público. Primero, al hablar de manera despectiva y pública de un episodio depresivo, está materializando el temor que sienten todos aquellos que sufren enfermedades mentales o trastornos del ánimo. Como se trata de aflicciones que cuentan con gran estigma en Colombia, las personas tienden a sufrir en silencio, con miedo a que si lo comparten con alguien van a ser juzgados o ridiculizados en público. Una candidata presidencial utilizó uno de los espacios con más difusión que encontró para hacer precisamente eso. ¿Acaso no pensó en las personas que la ven y la verán y creerán que es mejor no salir de sus silencios?
Segundo, así no haya sido su intención, Betancourt introdujo la “depresión” como un término dentro del debate electoral. Esto se alimenta de los prejuicios que ya hemos comentado y, mezclándose con la gasolina de una campaña política tensa, va a permitir que se hable de la salud mental de manera ligera y dañina. No estaremos conversando de los necesarios planes nacionales para atender las pandemias de depresión y ansiedad que sufrimos los colombianos, sino de las trivialidades, esas sí minucias, de la pelea entre los políticos.
Igual rechazo debe recibir el senador Benedetti, una de las fichas claves en la campaña de Petro. Conocido por su retórica incendiaria, hablando con Blu Radio dijo sobre el candidato Hernández: “Muchas veces pareciera que tuviera alzhéimer. No puede ir a Bogotá porque se le sube la presión”. Con qué ligereza utiliza un padecimiento tan complejo para nombrarse médico y diagnosticar en público. Fomenta el estigma de que ciertas personas no deben estar en la sociedad y además apunta con bajeza al ámbito privado de otra persona. ¿Todo para qué? ¿Qué fin loable se consigue? Para terminar de agredir a los colombianos, la respuesta de Hernández fue también lamentable: “El del alzhéimer es otro, que se le olvida de dónde es que se roba la plata”.
Así quedamos: dos situaciones complejas de salud que requieren respuestas serias y claras por parte de los políticos se convierten en adjetivos descalificativos para el circo electoral. Es una vergüenza.
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