No hubo decencia. Llegamos a las elecciones de hoy en medio de una lluvia de epítetos negativos y apelaciones al terror. Por donde se mire, incluso en voces autorizadas por ambas campañas, el discurso oficial es que estamos al borde del abismo. Se respira la tensión. Lo más preocupante en la degradación del discurso es ver a los colombianos que apoyan a uno u otro candidato como “los enemigos”. Sin importar quién gane al final del día, lo que viene es un país profundamente dividido y difícil de timonear.
El problema no empezó en esta elección, por supuesto. Hace cuatro años estábamos hablando en términos similares. Durante el gobierno de Iván Duque, además, desde la Casa de Nariño se hizo poco para calmar esa polarización. Los estallidos sociales en las calles fueron respondidos con discursos estigmatizantes desde las altas esferas del Estado. El resultado es lo que estamos viendo: una Colombia en ebullición.
Nos negamos, empero, a caer en la idea de que todo está perdido. No nos parece. La primera vuelta da pistas esperanzadoras. Los 21’441.605 colombianos y colombianas que votaron muestran una participación altísima, que habla de una ciudadanía cada vez más involucrada con la democracia y dispuesta a tomar las decisiones difíciles que necesita el país. Adicionalmente, después de semanas de rumores sobre un supuesto fraude electoral, todos los candidatos aceptaron los resultados y la Registraduría hizo un buen trabajo para demostrar la transparencia del proceso. En medio del caos y de los discursos incendiarios, como siempre, lo que nos salva es la fortaleza de las instituciones, por muy golpeadas que hayan sido.
Claro, el riesgo persiste. Volvimos a hablar de fraude. La justicia intervino en política ordenando un debate que al final no se realizó. El presidente Iván Duque siguió enviando indebidas indirectas y lo propio han hecho alcaldes y gobernadores por todo el país. Por eso es necesario insistir en la democracia. Estar vigilantes, claro, pero pedir que se acepten los resultados y combatir las noticias falsas o conspirativas. Con la mitad del país en un profundo descontento, tenemos que ser muy conscientes de qué discursos replicamos. Habrá Colombia después del resultado, pase lo que pase, y necesitamos cuidarla.
Y ese cuidado pasa por ir a votar. La abstención en elecciones tan importantes raya en la desidia y la negligencia. Hay dos propuestas bien opuestas en el tarjetón y la legitimidad del próximo presidente dependerá del número de votantes que obtenga, pero también de la participación. El voto es la herramienta que seguimos teniendo para hacernos contar, para pedir respeto a las instituciones, para ayudar a construir país. Si hay un descontento, el voto en blanco, que parece ser decisivo en estas elecciones, es una manera de participar y hacerse contar a manera de protesta hacia la manera de hacer política de ambos candidatos.
Existe un tejido social que debemos recuperar, después del ruido y del resultado. Ya lo que se hizo es inmodificable y servirá para profundas reflexiones y mea culpas sobre todo lo que fueron estos meses de campaña. A votar, a vigilar los resultados, a combatir los señalamientos ligeros y a respetar lo que sea que elija hoy esta Colombia convulsionada.
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