La veeduría ciudadana

En la noche del lunes el senador Juan Manuel Corzo ya había ofrecido disculpas por las declaraciones que, semana a semana, había hecho a favor de imponer el subsidio para la gasolina a los congresistas.

El Espectador
28 de septiembre de 2011 - 11:00 p. m.

Podría decirse que se rindió ante una presión mediática constante, realizada por todas las vías posibles: el anuncio de una marcha de protesta programada para el día martes, columnas de opinión, redes sociales desbordadas —la cantidad de mensajes en Twitter que alcanzó fue sorprendente— y quejas generales de todo tipo. En un principio, Corzo se mantenía fuerte, amarrado al mástil de su teoría sobre la necesidad del subsidio para los congresistas. Pero fue tal la arremetida ciudadana en su contra, que le tocó ceder y aceptar que había ofendido a la población colombiana con sus declaraciones.

El tema de la gasolina, pese a la indignación que generó en muchas personas, no tiene relevancia mayor al lado de los otros miles de temas que pasan por el Congreso. Y no sólo nos referimos a los que se derivan de las labores que desempeña por mandato constitucional: los debates, los proyectos de ley que se presentan, el control político al Ejecutivo, o las tareas de la comisión de acusación. Nos referimos también a sus graves problemas: los congresistas que poco o nada asisten, los que buscan réditos políticos en sus regiones, la corrupción denunciada en su interior, los senadores y representantes “anónimos” de los cuales no se tiene idea de quiénes son.

Por eso acertaba Gustavo Bolívar —uno de los organizadores del llamado “Corzotón” del martes— cuando dijo que lo del subsidio a la gasolina era una simple excusa, una nimiedad, con la que se buscaba despertar a la ciudadanía para que ponga un ojo más crítico en el Congreso. Pese a la poca legitimidad que tiene esta institución, no parece haber una presión muy grande por parte de la ciudadanía para intentar cambiar las realidades que hace ya mucho tiempo se viven allí. De hecho, la escasa presencia en la Plaza de Bolívar, a pesar de la fuerza que la protesta alcanzó a tener en las redes, demuestra la apatía en la acción ciudadana.

Ni siquiera se ve en lo más simple: el voto sigue repitiendo a los mismos servidores desde hace varios lustros. Y nadie sabe a qué obedece esto. Porque coger como chivo expiatorio a un senador que defiende a viva voz la gratuidad para su gasolina, y atacarlo por ello, es más bien fácil. Pero desentrañar los problemas sistémicos que padece la institución y hacer veeduría, seguimiento y protesta, se vuelve una tarea que los ciudadanos no parecen dispuestos a hacer aún. Han preferido ignorar el problema o limitarse a decir frases de cajón sobre el Congreso.

Y los caminos para saber qué pasa dentro de ese Congreso no son tan difíciles de encontrar. Están sus transmisiones, las ponencias son públicas, existen organizaciones —como el programa Congreso Visible de la Universidad de los Andes—, que se encargan de hacer seguimientos a la institución y procurar una mejor información que lleve a un voto calificado.

Mucha gente pensará que la veeduría ciudadana y la protesta no sirven para nada, pero el mejor ejemplo es el de Corzo: ni siquiera se había presentado la marcha y él ya se había disculpado por sus palabras. Prometió, además, no hacer uso particular del subsidio que en días pasados había defendido con vehemencia. Si tan sólo los ciudadanos se atrevieran a hacer lo mismo, pero para temas mucho menos banales, algunas cosas buenas saldrían. Un asistente a la marcha manifestó que “este es un buen comienzo”. Ojalá tenga razón y no se quede todo en una cuestión de la coyuntura mediática, la moda o el divertimento. Desde hace 15 años no se hacía una protesta pública para presionar a un congresista. No tendríamos que esperar tanto para la próxima.

Por El Espectador

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