Volvimos a La Habana

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El Espectador
13 de mayo de 2018 - 04:45 a. m.
¿Será que el Eln ya aprendió la lección? Ni el país ni la comunidad internacional aguantarán más ataques irracionales. / Foto: SIG
¿Será que el Eln ya aprendió la lección? Ni el país ni la comunidad internacional aguantarán más ataques irracionales. / Foto: SIG
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La Habana, Cuba, tiene un significado simbólico importantísimo en la historia contemporánea de Colombia. Fue el espacio idóneo para que las Farc y el Gobierno Nacional se sentaran año a año y lograran, contra todos los pronósticos, llegar a un acuerdo final. Por supuesto, hay quienes ven en la capital cubana una muestra de cómo la desmovilización de las Farc se consiguió a punta de concesiones inaceptables, como acceder a dialogar en un “territorio hostil”. Pero eso, nos parece, es un error, y una malinterpretación de la buena voluntad de Cuba y de todos los países de diversas corrientes ideológicas que acompañaron el proceso. El rol que cumplió la isla fue esencial para generar confianza y llegar al fin de un conflicto que parecía eterno.

Ahora volvemos a La Habana, esta vez con el proceso del Eln. No es la primera vez que se negocia con esta guerrilla en Cuba, pues ya hubo infructuosos acercamientos entre el 2005 y el 2007, pero en esta ocasión la historia parece indicar que sí puede llegarse a un punto final. Todo dependerá de que los guerrilleros abandonen su terca arrogancia y de que el nuevo gobierno que llegue entienda la importancia de construir sobre lo avanzado, sin importar a qué corriente ideológica pertenezca.

El aterrizaje en una nueva sede de negociaciones viene después de hechos dolorosos. Ecuador, que había albergado los diálogos desde su inicio en febrero del 2017, retiró su apoyo al proceso. La decisión se tomó después del asesinato de tres periodistas ecuatorianos a manos de una disidencia de las Farc, y se sustentó en los reiterados ataques por parte de la guerrilla del Eln pese a estar en un proceso de paz. Comprendimos los motivos del presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, pues, ya en demasiadas ocasiones, Colombia ha tenido que lidiar con la cruel arrogancia de la guerrilla. ¿Será que ya aprendieron la lección? Ni el país ni la comunidad internacional aguantarán más ataques irracionales.

Pese a todo, lo prudente y necesario es insistir en la paz. Las cifras del posconflicto con las Farc sustentan lo que debería ser obvio: es mejor tener a las guerrillas desmovilizadas y en la legalidad que perpetuar enfrentamientos dolorosos. Que los números de homicidios desciendan e, incluso, que podamos ver el enorme reto que representan el narcotráfico y las bandas criminales se debe a que ya no tenemos el distractor del conflicto. Necesitamos una Colombia sin el Eln.

En la instalación de la mesa, Gustavo Bell, jefe negociador del equipo del Gobierno, dijo que “tenemos que dar pasos decisivos y que tienen que ver con acordar un cese del fuego estable y más robusto, que permita no solamente llegar a las elecciones en absoluta paz, sino que también eso implique que en Colombia vivamos en una sociedad donde no haya más secuestros, más extorsiones, reclutamiento de niños, que no haya ataques a la infraestructura”. Suscribimos ese deseo.

En esta ocasión, la delegación del Eln ha mostrado su disposición a acordar un cese del fuego duradero. Así debe ser. Que se silencien los fusiles y acaben las hostilidades de una vez por todas.

El presidente Juan Manuel Santos dijo que dejará las negociaciones por “buen camino”. Debido a tantas demoras, será el próximo Gobierno el que decida el futuro de los diálogos. Mientras tanto, el Eln debe demostrar su voluntad de paz, para ver si podemos imaginarnos una Colombia sin guerrillas. Ya es hora.

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

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