El país llega golpeado a estas fechas de reflexión. Dentro de todo lo que ocurrió en 2023, la constante fue la confrontación política: desde un Gobierno enardecido acudiendo a las calles hasta una oposición utilizando ataques rastreros y apostándole al desprestigio como herramienta de destrucción del oficialismo. Si el presidente Gustavo Petro mandó la parada con su tono agresivo y confrontacional, el resto de Colombia no dudó en seguirle el paso. Entre adjetivos, indirectas y señalamientos se nos fue un año donde se hace necesaria la pregunta: ¿cómo podemos construir un proyecto comunitario de identidad nacional? ¿Son el diálogo y la comprensión del otro actividades proscritas en el debate público dominado por las redes sociales?
Los insultos fueron la norma. Hace poco la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, sintió que era válido cuestionar en público la inteligencia de una representante a la Cámara, como si ataques de ese estilo hicieran algo diferente a degradar las instituciones. Esa misma representante lleva todo el año intercambiando señalamientos e insultos con otras colegas dentro del Congreso. Como comentamos hace días, varios miembros de la oposición atacaron con tintes racistas a la vicepresidenta de la República. El presidente Petro, por su parte, construyó una colección notable de señalamientos contra sus contrincantes políticos, lo que siguió subiendo el tono de todas las discusiones. Ni siquiera el sector privado se libró de las declaraciones salidas de lugar. Presenciamos la tuiterización del debate público: la lógica de humillar al otro, de aniquilar al contrincante, primó sobre los diálogos útiles. Eso le hace mucho daño a Colombia.
El especial #CambiéDeOpinión que convocamos hace poco con la participación de un buen número de nuestros columnistas nos dejó pensando. Las redes sociales no están diseñadas para los matices, para reconocer las posiciones válidas de los otros ni mucho menos para evidenciar nuestros propios errores. Aun así, cambiar de opinión es humano y es sano; se trata de un prerrequisito de las democracias. Si solo hablamos para ganar puntos, para recibir aprobación del coro de siempre, lo único que construimos son trincheras ideológicas. La política no puede convertirse de manera exclusiva en la destrucción de los contrincantes, porque al final del día la verdad obvia de que todos compartimos el país hace que las divisiones nos estanquen. Si no hay mínimos de decencia y de apertura a las ideas contrarias, no podremos avanzar.
Estas fechas están llamadas a que nos encontremos con lo que nos une. El encuentro con las familias, con el otro, pone de presente las diferencias, pero son un llamado a conectarnos en la humanidad. En cuanto al mundo político, los líderes deberían hacer una reflexión sobre lo que le causan a Colombia cuando deciden encender la retórica. El presidente Petro ha visto que, cuando cambia de tono y abre las puertas del diálogo, obtiene resultados. La oposición debería también responder al llamado y cuestionar a sus figuras más polarizantes. No son los únicos: a lo largo y ancho del país, pasando por la Fiscalía y los entes de control, y aterrizando en las entidades territoriales, es urgente un cambio de actitud. De lo contrario, 2024 seguirá plagado de tensiones y el relato de una Colombia común seguirá desdibujado.
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