Eduardo Caballero Calderón

Alberto Donadio
10 de agosto de 2019 - 06:00 a. m.

Eduardo Caballero Calderón, el escritor que murió siendo columnista de El Espectador, tenía 33 años cuando en 1943 pronunció estas palabras que me topé casualmente en Continente, una publicación de la Embajada de Colombia en Quito. “Latinoamérica y el futuro”, era el título de la conferencia. Esta radiografía latinoamericana de hace 76 años guarda vigencia hoy.

Escribió Caballero Calderón, el padre de Antonio Caballero, Luis Caballero y Beatriz Caballero: “He recorrido casi todos los caminos del continente, y en todas partes he encontrado siempre las mismas cosas: naciones vagas e imprecisas que suelen llamarse democracias y en realidad ni son democracias ni son naciones. La ficción nacional es sostenida por las cancillerías, que se aferran a un pedazo de playa o a una Cédula Real cuya redacción nadie entiende. La ficción democrática ha sido creada por gobiernos que hablan de sufragio, libertades y garantías, en todo lo cual los beneficiarios no creen y de todo lo cual el pueblo no se entera. Eso que llamamos clases dirigentes, a las cuales pertenecemos nosotros, en unas partes gobiernan con sentido de clase racial, en otras de clase económica y en otras de casta militar”.

Agregaba Caballero Calderón: “Los defectos de esas clases directivas son idénticos. No quiero referirme a aquellos que vician la administración en todas partes: a la venalidad más o menos encubierta de los políticos; al establecimiento de roscas y camarillas en todos los campos de la actividad económica y cultural; a la ineptitud de la burocracia; al caos gubernamental; a la inconstancia de los conductores; a la falta de programas administrativos; a la ceguera de los congresos; a la mentalidad colonial de las empresas extranjeras que nos gobiernan aquí y allá, y al temperamento feudal, en fin, de los terratenientes”.

Y para rematar, comprobando que nada ha cambiado, examinemos esta sentencia de Eduardo Caballero Calderón, vigente en 1943 y actual en 2019: “El defecto más grave de las altas clases en nuestro mundo americano consiste en su total ausencia de ambición histórica, en su total falta de autocrítica, en su criminal descuido del porvenir: todo lo cual me parece bastante y suficiente a condenarlas”.

 

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