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¿Será que la estupidez es contagiosa? ¿O es una norma social establecida?
Lo del viernes 19 de junio del 2020 es uno de esos hitos en los que se consagra con algún grado de creatividad la forma en que, colectivamente, atentamos contra la vida. Característica común de tales momentos es la amalgama entre la celebración de alguna circunstancia, por un lado, y la muerte, por otro.
La mofa de medios como The New York Times o la BBC, o de publicaciones de corte empresarial como Bloomberg, es como la mirada de afuera que, con desdén, nos dice: “Increíble, esta gente iba lidiando bien la pandemia y vean cómo se disparan, con precisión, en el propio pie. No parecían sus líderes alineados con Trump o Bolsonaro”. Justamente, en momentos en que la famosa curva anda en su trecho de crecimiento exponencial. COVID-Friday, creación criolla.
Algunos andan distribuyendo las culpas. No se sabe qué protagonistas son acreedores al premio de la estupidez porque la competencia es difícil.
Líderes gremiales, particularmente los del comercio, que proclamaron la jornada como un triunfo.
Ministros como el de Comercio, Industria y Turismo, una persona de alto peso académico, exrrector de universidades importantes, promotor de la investigación, declarando el primer día sin IVA como exitoso.
Las imágenes en almacenes de cadena, de las filas interminables, de las aglomeraciones y la gente, literalmente, lanzándose a los corredores de las grandes superficies... a comprar, especialmente, televisores y toda suerte de electrodomésticos, sin consideración por los acuerdos del distanciamiento mínimo.
Los videos de parejas en moto, él conduciendo y ella cargando su televisor de 50 pulgadas.
Las imágenes de las librerías vacías.
La celebración de la mano del despliegue del instinto de muerte es el rasgo común de nuestra estupidez como cuerpo social. El extraordinario triunfo de la selección de fútbol colombiana, cinco a cero, en Buenos Aires en 1993 que culminó, unas horas más tarde, con la muerte de 82 personas. El Día de la Madre, la jornada de mayor número de homicidios.
Como en el mundial del 94, pareciera que estamos a punto de lograr un triunfo significativo y se elige, con plena conciencia, el camino de la muerte, incluyendo la de Andrés Escobar y el rotundo fracaso de la selección en los Estados Unidos.
No sobra la alusión al proceso de paz. El mundo creyó que, de verdad, íbamos camino de la reconciliación y ocurre que mueren asesinados dirigentes sociales populares, por centenares, desde la firma del acuerdo, en medio de la mayor indiferencia.
En medio de la profunda crisis económica, la apertura de la producción y el comercio es una necesidad, siempre y cuando se haga de manera inteligente.
La experiencia de otros países, la línea de algunos alcaldes y gobernadores, comenzando por la de Bogotá y el de Medellín, ha sido, en general, oportuna y ha salvado vidas. La dicotomía no está entre la economía o la salud.
La base de cualquier actividad productiva es el respeto por la vida.
