El ADN de los criminales

Mauricio Rubio
13 de septiembre de 2018 - 05:00 a. m.

Asunta Yong Fang nació en China con el cambio de siglo, fue adoptada por una pareja española y llegó a Galicia de un año. Temprano se destacó por su inteligencia y habilidad para el violín y el ballet.

En septiembre de 2013 apareció muerta en un bosque. Había sido intoxicada y asfixiada. Tras un controvertido proceso penal, los padres adoptivos fueron declarados culpables por un jurado popular que tal vez intuía la “regla de Hamilton” sobre la fortaleza del vínculo de sangre. La madre fue condenada a 10 años pero insiste en su inocencia. Hace poco intentó suicidarse. “Mi mayor interés en la vida es que se encuentre a quien lo hizo”.

Durante la investigación, el principal sospechoso fue un colombiano cuyos restos de ADN aparecieron en pedazos de la camiseta de la víctima. Sin conocer Galicia, Ramiro J. estuvo imputado por el homicidio. Posteriormente se supo que un preservativo usado y entregado por él respondiendo a una denuncia por violación había sido analizado en el mismo laboratorio. La justicia avaló la tesis de contaminación del material probatorio: se utilizaron las mismas tijeras para cortar la ropa de la niña y el condón del compatriota. Las técnicas forenses no son infalibles.

Además de nuestro ADN, todos llevamos el de “personas con las que convivimos”, aclara un especialista. Al darnos la mano, o tocar objetos, se pueden transmitir restos. A pesar de las confusiones, la huella genética es cada vez más útil para aclarar crimenes.

También en España, en 2001 fue hallado el cadáver de Inmaculada, de 15 años, semidesnuda y con la cara destrozada a golpes. No aparecieron restos de semen ni ninguna prueba concluyente y la investigación se estancó. Tres años después la policía solicitó un análisis exhaustivo de las prendas de la víctima. Los forenses encontraron restos de saliva masculina con ADN similar al de otro hombre cercano a Inmaculada del que se tenía información: un pariente de apellido Muñoz-Quirós. Con muestras voluntarias, se inició una búsqueda sistemática del eventual asesino entre los hombres del pueblo con ese apellido. “La genética dio con el culpable”: un albañil Muñoz-Quirós “con un expediente limpio hasta de multas de tráfico”. A sus 19 años el “buenazo” quiso tener sexo con Inmaculada, enfureció con el rechazo y la mató. Siguió su vida como si nada hasta que, acorralado por la ciencia, confesó el crimen.

En 1999, en Alemania, se analizó la saliva de 16.400 voluntarios para resolver el asesinato de una niña de 11 años. La base de datos de ADN mejor surtida, la del Reino Unido, tiene tres millones de muestras, más del 5% de la población. Las autoridades aseguran que, con esa técnica, han cuadruplicado el número de casos resueltos.

En abril de este año, el FBI detuvo a Joseph James DeAngelo, septuagenario, y lo acusó de 45 violaciones y 12 asesinatos entre 1976 y 1986. Tras décadas de búsqueda, uno de los sabuesos comparó el perfil genético con los de la base de datos de GEDmatch, donde personas curiosas por sus ancestros ingenuamente entregan su ADN, además pagando.

Las posibilidades ya son escalofriantes: es factible saber el color de pelo, ojos y piel, así como la procedencia geográfica de quienes dejan huellas genéticas en la escena del crimen. Para aclarar la violación y asesinato de una joven en una población madrileña, la Guardia Civil pidió toda la información sobre los rastros de semen encontrados en el cadáver. La respuesta del laboratorio fue insólita: se trataba de un hombre de origen magrebí. Como con los Muñoz-Quirós, se hizo un barrido en la localidad con muestras de todos los varones provenientes del norte de África. Las de dos hermanos condujeron al asesino, que vivía en Francia.

Esta tecnología es una sofisticación de las huellas dactilares, que se toman de oficio. Para muchos, entre los que me cuento, los beneficios en reducción de impunidad bien pueden compensar las incomodidades. Para otros, tales procedimientos de Gran Hermano pueden volverse un infierno, temor que comparto. El dilema es tenaz, y no todas las policías son británicas. 

Intuyo que en Colombia se escandalizará con el recurso al ADN sobre todo la vanguardia que afianzó el “factor AUV” como atajo criminalístico. Salir en una foto o haber trabajado con Él, votar por su candidato, cualquier desliz que sugiera cercanía con el locuaz trinador, despierta sospechas de guerrerismo, corrupción, homofobia, misoginia y fanatismo religioso. En el otro extremo, los obsesos de la seguridad, seguramente partidarios de técnicas forenses informales, sin talanqueras y con palanca, pedirán que se compare el ADN del Nobel con rastros de secuestrados de las Farc para demostrar científicamente su complicidad. Mientras baja el costo y asimilamos la tecnología genética con sus ventajas y bemoles, tocará conformarse con los métodos atávicos de clanes macondianos.

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