El Amazonas sujeto de derechos. ¡Y ahora a tus deberes!

Ignacio Zuleta Ll.
01 de mayo de 2018 - 04:30 a. m.

“El hombre no es el amo omnipotente del universo, con carta blanca para hacer impunemente lo que desee o lo que le convenga en un determinado momento”, decían los adelantados de la Corte Constitucional en la Sentencia T-411 de 1992. Y añadían con sabiduría antigua tan vigente: “el mundo en que vivimos está hecho de un tejido inmensamente complejo y misterioso sobre el cual sabemos muy poco y al cual debemos tratar con humildad”.

La cita anterior, que aparece en la concienzuda sentencia de la Corte Suprema de Justicia recién expedida a principios de este mes a instancias de una generación nueva, ilumina el espíritu de la decisión de darle al Amazonas los mismos derechos que una persona. Las ideas que subyacen en esta decisión, y en muchas de las que la preceden en la jurisprudencia del derecho ambiental nacional e internacional, requerirían un estudio por parte de un serio philosophus in lege; y como no lo soy, permítanme sembrar algunas semillas de reflexión ingenua sobre el tema.

La primera intuición es la de que aún no hacemos suficiente énfasis en el concepto de DEBERES. Es cierto que hay una creciente tendencia en el pensamiento occidental a hablar de ellos, por ejemplo, en las citas que trae a colación el magistrado Luis Alberto Tolosa en la ponencia de abril. Se destaca una idea de Gregorio Peces Barba (https://bit.ly/2HIsHfy) que afirma que es necesario pasar de una “ética privada” a una “ética pública” y para esto deben redefinirse los derechos concibiéndolos como “derechos-deberes”. Todos queremos derechos, creemos tenerlos sin límites. Pero se habla poco todavía de las inmensas responsabilidades tanto del Estado como del individuo, y desde luego de las corporaciones, dueñas financieras del planeta y propulsoras de una insidiosa idea del consumo como dicha suprema “a la que tenemos derecho”.

La segunda reflexión: si la Amazonía o el río Atrato, por ejemplo, representaran con voz humana a la Madre Tierra, quizá se reirían de nuestra prepotencia al reconocerle a la madre que nos ha parido unos derechos que “nos hace iguales”. Me da la sensación de que es la naturaleza la que nos regala el derecho de vivir a costillas suyas, y que cuando las fuerzas cósmicas y divinas que la rigen decidieran lo contrario, bastaría una sacudida para eliminarnos con todo y los derechos que “generosamente” le otorgamos.

Es verdad que las nuevas sentencias que adjudican derechos a la naturaleza son un avance con respecto a la idea de que el hombre es el omnipotente rey de la creación. Los conceptos, aún tímidos, de responsabilidad y deberes y las admoniciones para un consumo mesurado, equitativo y sustentable tienen su utilidad al ordenar al Estado, a los gobiernos y a los “asociados” a que piensen en el futuro del planeta. Ver al Amazonas o al Atrato como “iguales ante la ley” es un paso importante pues crea consciencia de que como humanidad estamos llegando a una frontera extrema en una tierra limitada, nos apremia a pensar en nuevas soluciones y a revisar los paradigmas ante este “tejido inmensamente complejo y misterioso”. Pero el enfoque sigue siendo antropocéntrico y por ende arrogante; porque sería mejor reconocer que en realidad tenemos mas obligaciones que derechos.

 

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