El año del pusilánime

Juan David Ochoa
03 de agosto de 2019 - 06:00 a. m.

Un año después de su posesión, Iván Duque sigue sin entender la dimensión de su cargo. Puesto allí por la imposibilidad jurídica de otros candidatos y por la conveniencia frívola y estética de un rostro que mimetizara la vejez de sus políticas, no ha podido entender las razones del poder, ni el concepto de Estado, ni las alternativas a sus fracasos continuos, ni las obligaciones de la madurez que le exige su oficio. Preso del partido que lo domina con paranoia y furia, y acorralado por la comunidad internacional que vigila sus acciones en la preservación de los Derechos Humanos y en la salvación del proceso de paz, no sabe aún como ubicar sus manos, ni qué gestos hacer ante preguntas ineludibles, ni cómo dirigir sus discursos reescritos y contradictorios. Su rostro es la imagen del aturdimiento y la improvisación entre las balas de un exterminio que sigue extendiéndose frente a su desidia.

Aunque quiera decirlo no puede hablar, aunque quiera hacer algo contra las bandas dirigidas por los mismos gamonales que lo eligieron, tampoco puede hacerlo. Su presidencia es la franquicia de un pasado negado a morir y un círculo de podredumbre burocrática y militar que le impide un mínimo movimiento voluntario. Intenta matizar el ruido aturdente de su desgobierno con viajes al exterior en los que anuncia el progreso y el pacifismo de antiguos conflictos superados, pero vuelve y recorta los presupuestos de las instituciones que vigilan y permiten la viabilidad del posconflicto. Proclama la reconciliación y el futuro de un nuevo país estabilizado, pero intenta revivir otra estrategia jurídica para destruir la Jurisdicción Especial para la Paz, justo después de ser obligado a firmarla por la Corte Suprema. No puede maquillar con claridad los subterfugios políticos de los terceros de buena fe que siguen ordenándole las pautas y las rutas de acción para preservar las hectáreas robadas entre el humo y el fuego de la guerra.

Obligado a salvaguardar el prestigio a costa de todas las pruebas y las evidencias, sigue repitiendo los mantras de un delirio de persecución contra figuras del partido capturadas por graves delitos y condenados con severidad. Y sobre todo el desastre de su gestión y entre el pantano de su atronamiento, no puede tampoco explicar en qué consiste la bandera top de sus apuestas secundarias. Nadie entiende hoy qué es y en qué consiste la Economía Naranja que anunció como el programa fundamental del impulso económico entre las nuevas visiones del emprendimiento. Nadie puede defenderlo con lógica y razón porque no existen razones ni lógica entre las palabras y los efectos de sus políticas de obstrucción. La campaña que forjó con la promesa humana de una disminución de impuestos y un aumento de salarios fue invertida inmediatamente después de sus primeros días en el trono del poder, y su fue voz inmediatamente emulada por los ministros de Hacienda y de Defensa, que saben muy bien los sectores que deben defender aunque el mundo se caiga. Sonriente y sin entender la gravedad del asunto, se vinculó a la misma marcha que le exigía una política de custodia ante los líderes que siguen cayendo a sus pies para que los señalados fueran de nuevos fantasmas que nadie conoce aún porque el gobierno no ha hecho su trabajo. Sin talento para calcular los efectos de su desdén, seguirá dirigiéndolo todo en los tres años restantes. Un tiempo largo y peligroso bajo la sombra de un pusilánime.

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