“El baile rojo”, lección de historia

Beatriz Vanegas Athías
28 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

Era marzo de 1985. Aún no había desaparecido Armero bajo la avalancha del río Lagunilla que se desbordó debido a la erupción del Nevado del Ruíz. Gobernaba el presidente conservador Belisario Betancur, quien corrigió un error con otro error. Dos frases retumbaron para siempre en su longeva vida; dos frases sobre sus desacertadas decisiones: la súplica del magistrado Alfonso Reyes Echandía durante la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19: «Por favor, que nos ayuden, que cese el fuego. La situación es dramática. Estamos aquí rodeados de personal del M-19». Y la otra salió en forma de reclamo de la impotencia de Leopoldo Guevara quien llevaba un año en la Defensa Civil del Tolima cuando tuvo que enfrentarse a la mayor de sus misiones de rescate: socorrer a los damnificados de la avalancha del Volcán Nevado del Ruíz. A bordo de su avioneta, fue el primero en sobrevolar la zona de la catástrofe. A los pocos minutos se lo contó al presidente Belisario Betancur, pero él no le creyó. Horas más tarde, el mundo conocería el horror que apenas empezaba para Armero, entonces Leopoldo Guevara dijo sin asco a Betancur: “¿Presidente, ahora si me cree?”.

Pero era marzo aún en esta lección de Historia que hoy intentamos narrar. Se firmaron los acuerdos para el cese al fuego, tregua y búsqueda de la paz entre el gobierno de Belisario Betancur y el Estado Mayor de las FARC en la Uribe (Meta). Estos acuerdos buscaban una salida política al conflicto armado entre el gobierno y las FARC. El país que había padecido la guerra, el del monte, la montaña, los caseríos, embobado –podríamos decir esperanzado- por la retórica de Betancur, vio con buenos ojos la estrategia de reincorporación a la vida civil de los guerrilleros y se creó la Unión Patriótica (UP), partido político que recogía las ideas de la guerrilla y de diversos sectores de la sociedad. La UP reunió en su militancia ahora política, a trabajadores, sindicalistas, intelectuales y a un número importante de simpatizantes sobre todo en las regiones del Meta, Magdalena Medio y el Urabá.

En 1986 el naciente partido político obtuvo un inesperado éxito en las elecciones: 24 diputados departamentales, 275 concejales, 4 representantes a la cámara y 3 senadores. En contraste, comenzó “El baile rojo” que así se llamó al paulatino, pero decidido exterminio de sus miembros de base que inicialmente fueron 300. La propuesta política de la UP fue desestimada por industriales, grandes hacendados y ganaderos porque argumentaban –como en efecto era- que se basaba en los postulados políticos de las FARC, el ELN y cierto sector de la Milicias Obreras. Era 1986 y entonces estos terratenientes crearon los grupos de autodefensa pasando por encima de la autoridad presidencial y de los acuerdos firmados en La Uribe, Meta.

“El baile rojo” –la horrenda operación exterminio- recibió entonces financiación del narcotráfico de los Rodríguez Orejuela y Víctor Carranza. Era el escenario que montaba nuevamente el guión de nuestra historia de la infamia: nadie diferente a los godos y liberales podía tener la posibilidad de decidir el futuro de un pueblo-herencia del fatídico y oligárquico Frente Nacional-. Entonces, así como hoy está sucediendo con las FARC y con los líderes sociales, con el silencio cómplice del gobierno de un presidente que no sabe para dónde va…murieron tres candidatos presidenciales y reconocidos líderes como Jaime Pardo Leal, Manuel Cepeda y Bernardo Jaramillo Ossa. Y el miles de seguidores cayeron asesinados y otros se autocensuraron o huyeron del país.

Pero hoy es 2018. Y pese a que seguimos en manos de un gobierno guerrerista, las nuevas ciudadanías son otras. Y la memoria no permitirá la repetición del horror.

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