Columna vertebral

El cóndor tranquilo (carta abierta a Nairo Quintana)

Rubén Mendoza
07 de febrero de 2018 - 11:02 p. m.

(En este momento la gente de Nairo Quintana debate propuestas, casi todas extranjeras, para la realización de algunas piezas audiovisuales. Por eso se escribió esta carta, al no saber si las comunicaciones internas ya eran de su conocimiento).

He hecho muchas cosas para poder hacer mis películas. Nunca había recurrido a esta columna para tratar de hacer un puente entre la vida y el cine, para tratar de hablar con alguien. Con Nairo.

Hace cinco años filmamos, con él, una pieza promocional del campo, en el campo. Ese día fue muy grande para mí. La emoción de comprobar el gigante que Nairo era, su noción de dignidad, como deportista, como campesino, como colombiano, y su pugna con la prensa que confunde humildad con miseria, esfuerzo con la lástima, dificultades con pobreza.

Me veo obligado, Nario, si lee, a contarle por este medio. Sé que tiene gente que su sabiduría dispone para cuidarlo, y está muy bien, pero como no estoy seguro de que mis palabras, mi propuesta, y mi sentimiento lleguen hasta usted, justamente porque lo defienden bien y yo tal vez no he sabido explicarme, así debo hacerlo. Ojalá haya visto sus montañas en Señorita María, la falda de la montaña, mi última película, o me deje enseñarle Niña errante, la nueva, que estoy terminando en este momento en París… Pagrís, Rancia, a cero grados y con una mano fracturada con la que trato de saludarlo.

Yo muero por hacer una película sobre usted Nairo, impulsada con poesía. Un documental. Sé que tienen mil ofertas pero ninguna como yo la estoy concibiendo. No tengo idea si pueda competir, junto a quienes quieren apoyar mi película, en lo económico, pero puedo ganar en el resto: no conozco un realizador que quiera a Nairo y lo respete como yo, y del que parta la idea de hacer una película y no de unos inversionistas, pero si lo hay, seguro no conoce las montañas de Nairo como las conozco yo: mi mamá vive entre Villa de Leyva y Arcabuco, y fue en esa casa donde murió mi papá, cerca a las carreteras que lo vieron entrenarse, caer, levantarse.

Me explican desde su oficina, Nairo, que “ya tienen ofertas internacionales” para mil productos audiovisuales: yo no considero que estoy en desventaja por ser colombiano o boyacense y eso lo entiende perfectamente usted. He tenido también la oportunidad de que mis películas hayan paseado por el mundo, por lugares inimaginables: desde la Patagonia hasta China, desde Cuba hasta Grecia y he tenido la fortuna y  la oportunidad junto a mi equipo, de proyectar, ser seleccionado, tener premios y fondos de los Festivales e institutos más grandes del mundo: desde el Festival de Cannes hasta el MoMA, con mi letra, sin fingir una voz que no me alcanza. En el correo que les envié está detallado mi trabajo y recorrido, para no aburrir a otros lectores con eso. 

La película se llamará EL CÓNDOR TRANQUILO. Ya llevo un par de años concibiéndola. Consistiría en recopilar de una panera plástica y potente sus testimonios, su voz, y la de otros, mientras se hace un estudio detallado de usted y su preparación. Cámaras ultralentas acompañando su sudor, cada pedalazo, cada músculo, músculo a músculo, cada poro. Retratarlo, Nairo, en su grandeza, como una especie de deidad de nuestra tierra, mientras cada pliegue de las montañas y del camino a su vez son registrados, junto a los pliegues de su fisonomía: desde la tierra, desde el aire. Pienso por ejemplo en el registro de las lagunas sagradas en Iguaque, a donde he subido 9 veces, en el Cocuy, en el Chicamocha (que ya filmé de forma legendaria desde helicóptero para Memorias del Calavero, o el Nevado del Ruíz (también desde helicóptero en una misión inimaginable para El valle sin sombras), etc. 

Sería un testimonio de lo que es ser deportista de su talla, colombiano de su talla, rebelde de su talla, campesino de su talla. Nunca olvidaré cuando acabó el Tour pasado lo que dijo, palabras más o palabras menos, y que también es una lección para el cineasta o para cualquier oficio: "De mi campo aprendí, que cuando se pierde una cosecha no se deja de sembrar.". Tuve escalofríos al leerlo cuando me lo enviaron, y me da escalofrío pensar lo que hay detrás de eso, de un hombre que contra todos los pronósticos formales de este mundo, es un ídolo total que muchos esperan canibalizar por cualquier tropiezo.

Nairo, usted no necesitaría un solo triunfo más y seguiría siendo por siempre el gigante que es en la historia del ciclismo y de nuestro deporte. Yo no estoy interesado en sus nuevas glorias, sino en el vuelo, de cóndor tranquilo, del que ya es dueño. Sé que las ganas de ser mejor y el goce del oficio a uno no lo dejan parar, y ojalá vengan Toures y miles de triunfos. Sobrarán. Pero no es el lugar que me interesa. Me quiero parar en cada palancazo, en cada detalle de la preparación. Llevar a cine su figura. Como lo hizo Herzog, a su manera claro, con el increíble esquiador suizo Walter Steiner en Die große Ekstase des Bildschnitzers Steiner, o, por dar otro ejemplo, William Klein en Muhammad Ali, the greatest, dos películas, casualmente, de 1974. Hablo del espíritu de estos trabajos, no necesariamente de la forma.

Como la televisión empuerca casi todo (vea lo que están haciendo con Jaime Garzón en un canal que representa (¿o patrocina?) prácticamente todo lo opuesto a lo que él defendía), mi objetivo, así un canal llegue a estar involucrado, es ese: un documental. Para las salas de cine. Para ver inmenso al Cóndor, con alas de varios metros proyectadas, con sus montañas. Haciendo esta película ustedes siguen siendo libres perfectamente después hacer todos los otros formatos (telenovela, reportaje, serie, película de ficción, canales internacionales, dibujos animados, lo que quieran), pero los versos de la poesía del documental déjenmelos, déjenme tejerlo con las montañas con toda la fuerza y el vigor posibles. Cada músculo como y cada montaña nos ha traído hasta dónde cada uno está... hay que ver hasta dónde lo llevaron, Nairo. Hay que ver como amanece en cada una de esas montañas, en cada pedalazo, en cada entrenamiento. Hay que ver las heladas, las soledades de Boyacá, parafraseando, y sus neblinas, su luz, su inagotable catálogo de verdes.

Hablemos Nairo. Después se dará paso a las formalidades y la negociación, con ustedes y con quienes quieren implicarse, pero estoy recibiendo, sé que con la idea loable de cuidarlo, la puerta cerrada antes de golpear siquiera. Y los dos nos entendimos muy bien cuando tuvimos que trabajar juntos. Yo sé que nadie nos ha enseñado, porque al Sistema no le importa que sepamos, quiere que no sepamos, que el arte es parte fundamental de la leyenda, que de repente asuntos que no nos parezcan rentables, o no lo sean, terminan siéndolo más, y más significativos muchas veces, así el objetivo central no sea lucrarse; no quiere el Sistema que entendamos que el cine es la cédula de los tiempos y que usted es un rasgo fundamental del presente de Colombia. 

Yo no puedo aceptar, por mi amor por mi oficio, mi admiración por usted, y mi terquedad, considerar la propuesta declinada por números antes de siquiera debatirlos. O al menos quiero que la cierre usted después de haber hablado los dos. Para mí sinceramente la ganancia es hacer esta película, hacer este registro. Hay que hacer el retrato, el relato, dejar desde la orilla del arte a un deportista colombiano como no se ha registrado. Sin locutores ni narradores que lo expliquen. Esa también es una forma de invertir a largo plazo, de hacer que muchos otros de los sueños se hagan verdad y que al tiempo llegue el sueño a rincones donde jamás entraría de otra manera, donde solo entra la poesía por la gotera del cine. 

Nairo, ojalá podamos hablar finalmente los dos, y ojalá nos sentemos a soñar pedaleando en la cicla en la que la vida nos puso a cada uno.

Con cariño e ilusión, 

Rubén Mendoza. 

 

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