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El derecho a protestar

Ramiro Bejarano Guzmán
21 de noviembre de 2007 - 04:37 p. m.

Esta semana en madrid le salió el tiro por la culata al ministro Carlos Holguín, cuando al imitar al presidente Uribe, intentó disolver una manifestación que lo chifló a la salida de un acto público. Como los manifestantes se negaron a prestarle el megáfono y a que el adormilado ministro se apoderara de la marcha, sólo se le ocurrió decir "¿Ven? Esa es la democracia que ellos quieren".

El experimento ya lo ensayó el propio Uribe en varias oportunidades, también en el exterior, cuando con su peculiar entendimiento de los derechos de la oposición, quiso aplastar a un grupo de jóvenes que arengaban contra él y su Gobierno. Como el mal ejemplo cunde, varios de los ministros andan convencidos de que esa actitud dictatorial del mesías es una genialidad, cuando no es más que otro vulgar atropello.

En el Gobierno creen que la democracia consiste en que cuando unos manifestantes estén protestando en las calles con ruidos, pitos, silbidos, etc., los agentes del régimen tienen derecho a pedir la palabra y a refutar la inconformidad. En el confuso razonar del Gobierno, si no se les permite intervenir, ello es antidemocrático.

Tan precario razonamiento de Uribe y su banda, es totalitario y peligroso. Cuando el pueblo protesta ejerce un derecho reconocido universalmente. Ese derecho comporta una obligación a cargo de los funcionarios, consistente en que deben permitir que los ciudadanos protesten, sin interferir su accionar pacífico. ¿Alguien ha visto a George Bush enfrentando personalmente una manifestación? Ni a él ni a ningún estadista occidental. Todos saben que la protesta callejera, mientras sea pacífica, es legítima y necesaria en una nación civilizada.

Si hubo algún gesto antidemocrático, no fue el de los manifestantes de Madrid que con razón se negaron a que Holguín se les apoderada del megáfono, sino el del arrogante ministro que, a la usanza de su patrón, creyó legítimo meterse en la mitad de la manifestación ajena para asegurarse de que nadie reclame contra las políticas oficiales. Quienes entienden mal o no saben qué es la democracia, son aquellos que suponen que la protesta contra un Gobierno tiene que estar controlada, al extremo de que intervengan los mismos funcionarios destinatarios de los reproches ciudadanos.

La tesis uribista de querer manipular las manifestaciones de sus críticos, reclamando la prerrogativa de que los funcionarios sean oídos en las mismas, es tan absurda, como igualmente lo sería que las gentes inconformes exigieran que se les permitiera participar en las deliberaciones del Consejo de Ministros. Así no se comporta ninguna democracia. Un gobierno de suyo poderoso, no puede pretender que ese poder le alcance también para administrar la crítica.

La democracia es otra cosa; por ejemplo, asumir que el somnoliento ministro Holguín, otrora gamonal vallecaucano, en las pasadas elecciones fue estruendosamente derrotado, pues a duras penas logró elegir un concejal.

Lo de Holguín en Madrid es el reflejo de esa otra actitud invasiva del presidente Uribe, de asaltar las pocas emisoras donde sus opositores logran ocasional convocatoria. Allí también el Gobierno ha silenciado las voces disidentes que con mucha dificultad encuentran espacios para expresar sus ideas, hasta que al otro lado de la línea telefónica aparece Álvaro Uribe, en actitud energúmena y tono vociferante, intimidando con su inmenso poder mediático a su sorprendido interlocutor y a los indefensos oyentes.

Que no venga, pues, un intransigente como Holguín, derrotado electoralmente, a darnos lecciones de democracia, que ni él ni nadie en el Gobierno practican.

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Adenda No 1. ¿ Por qué el fiscal Ramiro Marín, al que le fue repartido el proceso del senador Mario Uribe, tuvo que ser también antioqueño? Ahora sólo falta que sean amigos cercanos.

Adenda No 2. El senador Vicente Blel mostró su peligrosa condición, insultando a los periodistas de La W, pero sobre todo a la audiencia.

notasdebuhardilla@hotmail.com

 

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