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El desborde colombiano

Jorge Iván Cuervo R.
08 de mayo de 2021 - 03:00 a. m.

Para explicar el estallido social en Chile, el sociólogo Eugenio Tironi usó la expresión el desborde, tomada a su vez del sociólogo francés Bruno Latour, para señalar que lo que pasa en el país austral es una sociedad que ya no se reconoce más en el modelo político y económico que se diseñó durante la dictadura de Augusto Pinochet. Pese a que en democracia mejoró el bienestar de la mayoría de chilenos y chilenas, no lo hizo con la velocidad y la intensidad esperadas, y para la gran mayoría, fue a un alto costo en términos de endeudamiento y sacrificio individual. Superar esta situación implicó un nuevo proceso constituyente en curso, donde se barajan las cartas de un nuevo pacto social.

Colombia vive su propio desborde, diferente al chileno, aunque la furia en las calles termina asemejándolos y nos permite ver ambos procesos en paralelo como parte de un fenómeno de mayor magnitud: la fractura entre las sociedades y los regímenes políticos como dispositivos de canalización del conflicto social, lo cual entraña, cómo no, una crisis de representación. Para decirlo en términos giddenianos, una autonomización de lo social respecto de lo político.

Colombia tuvo en la Constitución de 1991 su propia versión de encuadramiento que ahora busca Chile, pero ese nuevo pacto social que le dio un nuevo aire a la democracia se ha ido agotando y nuevos actores –los jóvenes que con valentía ahora están en las calles, que no habían nacido cuando fue aprobada- reclaman un nuevo pacto social y unas nuevas reglas de juego de la convivencia política. Puede ser que no nos encontremos en un momento constituyente, como en Chile, pero sí en un momento de profundos cambios que las vías tradicionales de negociación política no pueden tramitar. Ahora el conflicto está en las calles, desafiando al sistema, clamando por una forma diferente de entender el orden político y social, uno más justo, equitativo e incluyente, prefigurado en la Constitución pero que las élites políticas y económicas no han permitido desarrollar, porque había una excusa, el conflicto armado.

Aunque el Acuerdo de Paz acabó con esta excusa, un sector de esas élites políticas —el que promovió el triunfo del No, los sacó a votar verracos y luego puso presidente— no lo quiere aceptar. Entonces el malestar se extendió y se encontró con una pandemia que ha acentuado todas las variables del descontento. Se volvió a las calles a exigirle a un Gobierno que languidece en medio de su incapacidad para entender la realidad social y de dotar al aparato gubernamental de los mínimos estándares de eficacia, que cumpla a cabalidad con la implementación del Acuerdo, que proteja a los líderes sociales. Un Gobierno que se siente a revisar las líneas gruesas del pacto económico y social, lo tributario –presentó una reforma que tenía aspectos progresistas, pero mal ambientada fue la gota que derramó la copa—, el modelo de salud puesto contra las cuerdas por la pandemia, la consolidación del Estado en las regiones, una nueva política ambiental menos extractiva, mayor protagonismo de las mujeres en el espacio político, una reforma rural integral, la tan anhelada reforma a la justicia, entre otros temas que han estado gravitando ahí y que el Estado ha tratado con pañitos de agua tibia mientras se acumula el descontento.

Esta Colombia se desbordó, ya nadie la saca de las calles, ni siquiera la brutal represión policial. Duque tiene que entender que es el jefe del Estado y no el amanuense de su partido, que le queda un año largo para sentar las bases de un nuevo encuadre, o cargará con el triste legado de ahondar el desborde por haberse empeñado en sacar adelante el mandato para el que fue ungido por aquél que no quiere que demos la vuelta a la página, que nada cambie para que todo siga igual.

@cuervoji

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