El drama de vivir tiempos interesantes

Juan Manuel Ospina
26 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Esa es una maldición, y la peste llegada de China nos puso a vivir “tiempos interesantes”, no a unos pocos, sino a la humanidad en su conjunto, un hecho inédito en la historia del Hombre. En medio de la confusión en que se está, es posible ya identificar tres etapas o momentos de la acción a desarrollar frente a la crisis y sus consecuencias.

 La primera es detener su avance que marcha a un ritmo exponencial, frente al cual no se puede ser tímido pero tampoco aventurero; si esto no se logra, las demás acciones simplemente sobran y la situación se pondría “de color hormiga”. Acción inmediata y coordinada, en lo cual al gobierno central, bien orientado, le ha faltado claridad y contundencia en sus acciones e instrucciones.

Esta acción inmediata debe estar acompañada en simultánea con otra operación de gobierno para atender la emergencia social desatada con el confinamiento obligatorio, en un país donde la informalidad laboral y el rebusque son la norma. La situación es simple y dramática: si no se trabaja ese día no se come; son personas sin ahorro y aisladas de su familia que en otras emergencias han servido como red de seguridad. El Estado ha estado por años en mora de establecer eses instrumento de política social; hoy la situación exige medidas inmediatas que hagan ese oficio: mejorar ayudas a mayores, alimentos a menores, un salario básico de solidaridad transitoria cono lo estableció Argentina para los informales y anunció nada menos que Trump para su país. Es el momento de dar el primer paso para establecer la figura de eses salario básico universal que urge en un mundo donde la precariedad laboral y de ingresos cada vez será más importante.

En segundo lugar, es imperativo que el Estado para enfrentar la actual emergencia deje de lado políticas para momentos más serenos, como es la famosa regla fiscal y las inútiles e injustas exenciones tributarias otorgadas a los empresarios supuestamente para generar empleo, algo que las rebajas tributarias por sí solas nunca han logrado, ni en Colombia ni en ningún país. El Estado en estas circunstancias necesita recursos para los apoyos sociales mencionados y para aligerarle temporalmente la carga de desembolsos a quienes todavía tienen empleo pero que deben pagar arriendo o hipoteca, créditos, cuentas de servicios, colegios, seguridad social… Obviamente los va a pagar una vez su situación laboral y financiera recobre su normalidad. La lógica es ajustar esos pagos a la recuperación de la normalidad laboral. El Estado debe estar presente y actuante en ese proceso; este no es el momento para que empresas, sean privadas o públicas, actúen como si nada estuviera pasando. Al respecto, en una entrevista el Secretario General de la ONU, refiriéndose a empresarios y banqueros decía que estos debían actuar, sino con un sentido de solidaridad y de humanidad al menos con lo que él gráfica y acertadamente definió como un egoísmo informado, inteligente y no torpe; el futuro de ellos como personas y de sus empresas también está en juego y no es el momento de aplicar aquello de río revuelto, ganancia de pescadores. Para ello el Estado debe estar listo para actuar y exigir, porque está en juego un bien superior y no las ganancias y en muchos casos extraordinarias de unos particulares; implica que el Gobierno contemple medidas como el control de precios de bienes básicos; facilitación del pago al Estado, entidades educativas y de crédito, de cuotas, cuentas ordinarias, intereses y capital. Medidas necesarias por razones de solidaridad o justicia, de seguridad sanitaria y para preservar los fundamentos del sistema económico y de servicios.

El tercer frente es el de la sociedad, la economía y la estructura y ejercicio del poder que saldrá de la crisis. Hay dos puntos centrales, el uno es el agotamiento final del neoliberalismo que durante más de 40 años modeló al mundo. Situación que reventó por un sitio novedoso e imprevisto, la naturaleza. Se podría entender como la protesta de una naturaleza ultrajada; una protesta que mata y lo hace masivamente. En el horizonte está el regreso de un Estado activo ante el fracaso de unos mercados desregulados, concentradores de riqueza a niveles irracionales, desentendidos de la prestación de los servicios públicos, entregados a la empresa privada a pesar de continuar siendo un servicio público. El Estado contrataría con empresas privadas; en ese momento se montó el tinglado de la mayor corrupción continuada, podríamos decir sistemática que ha conocido el Estado y la sociedad colombiana en su historia.

 Cualquiera sea la estrategia para enfrentar el desafío del coronavirus – el estatista autoritario asiático con sus rasgos no occidentales, confucianos; el liberal que inició Inglaterra y hoy continúan Suecia, Bélgica y Holanda, o el “centrista” de los países latinos y católicos – España, Francia, Italia – donde el Estado está presente dirigiendo y asumiendo la responsabilidad, pero dejándole un margen a la responsabilidad individual. Para la respuesta inmediata el camino autoritario es el más efectivo al considerar que la decisión individual jamás puede poner en riesgo la salud colectiva; el asunto no es buscar motivar al ciudadano sino que este obedezca. En el período post crisis sería fatal que el autoritarismo que avanza en el mundo saliese refrendado y por consiguiente fortificado. La actual es una situación semejante a la que vivió el mundo en los treinta del siglo pasado, con una crisis económica y social severísima, de desempleo masivo, cierre de empresas, inflación desbordada, enfrentamientos entre países y economías y desmoronamiento de las relaciones internacionales, que desembocó en la Segunda Guerra Mundial, con las extremas de derecha y de izquierda imponiéndose en Alemania, Italia y la Unión Soviética, los tres estatistas y enemigos de la democracia. En medio de ese pandemonio aparece Keynes denunciando la amenaza de las extremas dominantes y reivindicando el papel del Estado en una economía de mercado, necesario para salir de un atolladero para lo cual no está estructurado el mercado adecuado para administrar desajustes y desequilibrios coyunturales, temporales, distintos a los de una crisis como la de entonces y como la actual. Releer a Keynes no es hoy una curiosidad intelectual sino una urgencia para encontrar los elementos que permitan construir la salida a la crisis de hoy. Esa tarea es necesaria para hacerle frente exitosamente, como en los 30, a la situación que durante años fuimos construyendo y cuya mecha prendió una naturaleza ultrajada y dispuesta a reivindicar el espacio de la vida.

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