El efecto Francisco

Andrés Hoyos
13 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

No soy quién, dada mi condición  de no creyente, para juzgar las calidades religiosas y espirituales del papa Francisco. Entiendo, sí, que en su día fue promovido a arzobispo entre muchos obispos y que después agregó a su currículo el capelo cardenalicio de manos de Juan Pablo II en 2001. Un cónclave en 2013, donde estaba rodeado de 120 cardenales avezados casi por definición, lo eligió papa, lo que para una persona como él sería imposible si no fuera un político consumado. Francisco es un outsider en Roma por partida doble: viene de Argentina (“el fin del mundo”, según una broma que ha repetido) y es jesuita, la orden más dinámica de la Iglesia católica, pero también la que más roces ha tenido desde siempre con el Vaticano, hasta el punto de que nunca antes había puesto un papa.

Francisco confirmó en Colombia sus extraordinarias dotes de político. El primer acierto de su visita fue escoger la época que escogió. Había exigido que el acuerdo de paz estuviera “blindado” —es su palabra—. ¿Blindado un proceso al que la extrema derecha quiere hacer añicos si gana las elecciones en 2018? No, claro que no está blindado. Francisco, aficionado al fútbol como tantos compatriotas suyos, es el equivalente al jugador que entra a un encuentro empatado y mete un gol decisivo en la mitad del segundo tiempo. Sustituye, por así decirlo, al cansado, dubitativo y debilitado cardenal Salazar, quien no supo alinear a sus prelados en el crucial partido del plebiscito, contribuyendo a la derrota. Desde entonces el cardenal sigue sin saber bien en qué equipo juega. Otro ejemplo es el golpe demoledor que Francisco le dio al Eln al beatificar a monseñor Jesús Emilio Jaramillo, asesinado por ellos en Arauca en octubre de 1989. La ya escasa legitimidad de esta guerrilla prehistórica queda así herida de muerte.

Algunos avivatos pretenden que el papa es neutral en materia de paz. Por favor, Francisco no es nada sino un hombre de paz. En fin, ¿de dónde venimos? Venimos de una peligrosa inercia de rencor que privilegia la venganza y el miedo por encima de todo lo demás. Predominan en esta avanzada de derecha los viejos, a veces maltratados, y los que no están dispuestos a cambiar de opinión. Pues bien, por encima de ellos acaba de pasar el huracán “Francisco”. No en vano el papa celebró una misa gigantesca en Medellín, el centro neurálgico del uribismo y de la oposición al Acuerdo de La Habana. Recuérdese que no hay nada que un político tema más que ver a su adversario convocar con éxito una inmensa congregación de masas y peor si lo hace allí donde tú te sientes amo y señor.

Aprovechemos que estamos en temporada de huracanes para seguir con la metáfora y decir que las implicaciones del paso de Francisco por Colombia solo se sabrán con el tiempo. Vendrán, de todos los costados, los intentos por aprovechar el efecto o, por lo menos, por minimizar el daño recibido. Ya empiezan los columnistas cizañeros a enredar la pita de nuevo y a recurrir a argumentos cursis, como que el papa no se refirió específicamente a tal cual detalle de las negociaciones y tonterías así. Claro, cuando la vanidad grandilocuente muda en cursilería, algo complicado pasa.

De más está decir que el partido todavía no termina y que Francisco ya se jugó la carta más potente en favor de la paz. ¿Será suficiente? Lo sabremos el domingo 17 de junio de 2018 cuando se celebre la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

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