Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La última edición de los premios nacionales Simón Bolívar, de periodismo, volvieron a encarnar un homenaje bien significativo para este diario, tanto desde el punto de vista profesional, como empresarial. Por eso consigno mi complacencia y trasmito mi felicitación a sus propietarios, a su director Fidel Cano Correa, a su editor general Jorge Cardona Alzate y a los periodistas premiados por sus distintos trabajos.
Empiezo por congratular específicamente al equipo de periodistas integrado por Juan Miguel Hernández, Oscar Güesguán, María Mónica Monsalve, William Ariza y Johann González, por su merecido reconocimiento en la categoría ‘reportaje en video’, con un trabajo titulado ‘Glifosato’. El mencionado equipo documentó el primer caso de muerte ocurrido en Colombia y aceptado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El suceso ocurrió en septiembre de 1998.
Iván Medina, un campesino del Caquetá, lleva dos décadas golpeando en distintas oficinas del Estado, para que alguna autoridad de su país le atienda sus reclamaciones jurídicas, sin éxito alguno. Varias veces, jueces fiscales, funcionarios de la jurisdicción militar ordenaron el archivo del proyecto. Por eso acudió a la CIDH y persiste en la batalla legal que aún no se ha resuelto.
Los productores de glifosato defienden la seguridad del producto, pero advierten que se debe usar, necesariamente, con el rostro y el cuerpo debidamente cubiertos y unas precauciones concretas. Se abstienen de señalar si hay riesgos cuando el producto se fumiga, por la sencilla razón de que no fue creado para asperjarlo desde avionetas. Sin embargo, el Estado colombiano autorizó su uso, en medio múltiples controversias y no pocos daños a la salud humana. Lo prohibió solo en 2018.
¿Por qué, entones, el actual gobierno colombiano quiere revivir la aspersión aérea a pesar de que no hay evidencia suficiente para autorizarla sin alto riesgo? Primero por el incremento vertiginoso de las áreas cultivadas en coca, y segundo por la presión del gobierno gringo, particularmente en estos últimos años, a pesar de que en los Estados Unidos está prohibida desde hace más de dos décadas. Por Dios, ¿en qué país estamos? El informe del equipo periodístico de El Espectador resulta más que oportuno.
Por su parte, el editor general del periódico recibió el premio a la vida y obra de un periodista. Jorge Cardona lleva más de la mitad de su existencia al servicio de El Espectador. Discípulo de Guillermo Cano, aprendió de él su independencia y su espíritu crítico. Pero nació con un olfato periodístico excepcional y construyó su vida profesional ejerciendo como notario de la historia. Así mismo enseñó a escribir y a pensar a múltiples generaciones. Y supo conectar, lo más objetivamente posible, la realidad de los hechos con el tratamiento periodístico indicado para que el oficio del comunicador vaya más allá de su racionalidad subjetiva.
Siento honda satisfacción personal, por formar parte de quienes escriben en este centenario medio de comunicación. Registro complacido sus triunfos. Y desde esta columna, que cumple en El Espectador casi tanto años como los que lleva Jorge Cardona a su servicio, le expreso públicamente mi sincera felicitación. Enhorabuena.
