El estancamiento de América Latina

Eduardo Sarmiento
19 de enero de 2020 - 02:00 a. m.

El balance de América Latina en los últimos 30 años es deplorable. En economías que lograron crecer entre 1967 y 1991 a tasas por encima de 5 %, se convirtieron en fardos. Están abocadas a balanzas de pagos adversas que reducen el crecimiento y aumentan el desempleo.

En las concepciones teóricas del comercio internacional se encuentra que los países disponen de dos instrumentos para equilibrar la balanza de pagos y alcanzar la máxima producción y empleo: la tasa de cambio y la política fiscal y monetaria. En condiciones de exceso de ahorro y tasa de interés cero que prevalecen en los últimos 10 años, la política fiscal y monetaria es inefectiva. Los países sólo disponen del tipo de cambio para impulsar el producto nacional y equilibrar la balanza de pagos, pero no todos lo pueden lograr. Dentro del sistema de tasa de cambio flotantes que siguieron al acuerdo de Bretton Woods, se desata una guerra de divisas no declarada. 

En la confrontación ganan los países que disponen de mayor discrecionalidad para aumentar las exportaciones, como ocurre con los países de mayor desarrollo que tienen más productividad en los bienes ventaja comparativa y mayor elasticidad al tipo de cambio y estructuras institucionales especiales. En cualquier caso, resulta un grupo de países con expansiones de balanza de pagos que impulsan la producción y el empleo, y otro grupo con contracciones de balanza de pagos que reducen la producción y el empleo. En el último estuvieron América Latina y Asia en la década del 90, Estados Unidos en el 2008, el Sur de Europa en el 2011 y ahora otra vez América Latina.

Es claro que las causas del estancamiento de América Latina se encuentran en el sistema monetario de cambio flotante. Los países han quedado abocados a balanzas de pagos deficitarias y presiones de revaluación que amplían los déficits en cuenta corriente y reducen el crecimiento y el empleo. La balanza de pagos se ha convertido en un factor de contracción del crecimiento. A Colombia le significa una reducción del crecimiento del producto de 2,0 %. 

En todo esto brillan por su ausencia los líderes de América Latina que participan en los organismos de alta decisión mundial, como son el G20 y las juntas directivas del FMI y el Banco Mundial. Están en mora de manifestar su inconformidad por un sistema de conciliación mundial qué coloca América Latina en desventaja con respecto al resto del mundo. Lo menos que se le puede exigir a estos organismos reguladores del sistema cambiario, es evitar que algunos países operen con superávit en cuenta corriente de 10 % del PIB, y que la suma de superávits y déficits en cuenta corriente programados por los países sea mayor que cero, en abierta contradicción con la aritmética que dictamina que deben ser iguales a cero en términos efectivos.

Lo peor que se puede hacer es compensar los déficits en cuenta corriente con déficit fiscales, cómo sucedió en Colombia con la ley de Financiamiento para el crecimiento. La política dentro del marco de tasas de cambio flotantes amplía los déficits en cuenta corriente, acentúa la revaluación y aumenta el desempleo. Se configura el típico modelo que baja los impuestos de los sectores altos y deprime los salarios de menores ingresos.

Mientras existan las anomalías del sistema monetario mundial, la región no tiene más opción que contrarrestarlas con un cambio drástico de la estructura económica que fortalezca a la protección al sector externo e incremente la competitividad de la industria. El expediente, que adquiere la forma de tasas de cambio fijas, aranceles selectivos, coordinación fiscal y monetaria, políticas industriales y uniones aduaneras, frenaría la inestabilidad y levantaría el crecimiento de la región. 

 

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