El fin del neoliberalismo y su incierto futuro

Marcelo Caruso A.
02 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Luego de mi columna sobre el mayo francés y el octubre chileno, uno anunciando el fin del Estado nacional keynesiano y otro el del neoliberalismo, varios amigos me preguntan con cierta ironía esperanzada: “¿y entonces, cuándo se cae el neoliberalismo?”. Se encuentran argumentos muy pertinentes para caracterizar la crisis neoliberal colombiana en columnistas y académicos, lo económico en Kalmanovitz, lo especulativo del holding financiero en Daniel Libreros, lo cultural en Lisandro Duque, lo civilizatorio en Leyva, lo popular territorial en el cacerolazo y la exigencia de derechos laborales, sociales, ambientales, étnicos y de género, analizados por creativos trabajos.

A la hora de pronosticar futuros inciertos, en los que lo económico-financiero es el determinante sistémico de última instancia, todos los demás factores tienen características propias que, en diversos momentos y lugares, pueden convertirse en detonantes y motores de la crisis. Pero es también cierto que todas estas luchas resistentes sólo pueden encontrar caminos transformadores hacia un mejor vivir si tienen a la política, en tanto arte de volver posible lo imposible, como su factor articulador. Y queda claro que no me refiero a los políticos y a los partidos que hoy aprueban las contrarreformas a espaldas del espíritu de la época, o se piensan reformas sin tocar el modelo.

Tampoco el mayo francés encontró salidas de progreso a sus demandas y, si bien todo ese intento de cambio sistémico antisistémico golpeó muy duro a las direcciones de la época, terminó en una Europa neoliberal unida por transnacionales, que hoy se desmorona por la disputa de su hegemonía entre los grandes Estados-gobiernos administradores del capital. La acumulación de capital no tiene corazón ni estómago, y cuando se le abrió camino en Chile aprovechó esa posibilidad endeudando a los hogares en un 45 % del PIB y en igual porcentaje se endeudaron las empresas privadas, con el agravante de una situación inelástica pues el Estado no puede endeudarse más para salir de la crisis ya que es, oh sorpresa, quien avala la deuda privada.

Como dice el economista peruano Armando Pillado, el costoso carro chileno llegó de primero a la meta, pero le explotó el motor al llegar y, si bien el fondo es la desigualdad, su detonante es que los chilenos no pueden pagar las deudas; por eso es tan dura la protesta. Mientras que en Argentina el carro neoliberal clásico se estalló antes de llegar a la meta por el exceso de una deuda externa muy costosa, que anuló todo posible negocio rentable y alejó las esperada inversiones no dispuestas a pagar de sus utilidades las altas tasas de interés. Nunca antes el FMI prestó tanto dinero a un país (US$50.000 millones) y, sin embargo, gran parte de ese ingreso terminó fugándose por miedo a un default (suspensión de pagos) como el del 2001. Nuestro carro parece estar en un intermedio entre estos dos modelos.

Si se confirma que esta insurgencia popular es el anuncio del fin de un libre mercado desbocado por la lógica de acumulación, son varias las posibles alternativas que hoy se vislumbran: un neokeynesianismo progresista diverso (fórmula intentada por los gobiernos de izquierda que tendrá sus reediciones), un neokeynesianismo imperial y autoritario basado en el miedo, la discriminación y desigualdad (Donaldo y el innombrable), una versión occidental del modelo chino aún no formulada pero incubándose, o una mixtura de fuerte freno a la acumulación, combinada con progreso social, reconocimientos culturales, ecologismo y democracia directa, que es lo reclaman los que protestan por todo el mundo. Como siempre ha sucedido, estos tránsitos son dolorosos, violentos y con guerras que los impulsan o demoran; pero lo determinante es que este modelo ya entró en su declinación. La exigencia social que recorre el mundo llama a sentipensar el futuro con base en un desarrollo humano ecosostenible, pues si bien los tiempos de este neoliberalismo se miden en años y tal vez décadas, sus víctimas ya han dicho basta y echado a andar.

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