El fundamentalismo colombiano

Aldo Civico
08 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.

Colombia tiene que repensar hoy cuál es la esencia de la paz. Porque hasta el momento la impresión es que, para muchos, la paz es simplemente otro nombre para la guerra.

La noción de paz está íntimamente ligada a la idea de curación, reconciliación y perdón. Es una actitud de la mente y del corazón que permite trascender un pasado doloroso para reencontrarse con el otro a un nivel de relación más alto. De hecho, la paz evoca la salud del cuerpo social que se recompone en unidad, después de una profunda experiencia de dolor en la cual los individuos se niegan y se desconocen. De esta manera, la vida pierde su unidad, se vuelve un infierno, o sea, no es vida.

Pero lo contrario de la paz no es la guerra, sino el fundamentalismo. No me refiero solamente al fundamentalismo ideológico que caracteriza formas de violencia y de terrorismo que hoy se viven alrededor del mundo. Más bien me refiero al fundamentalismo que puede existir en cada uno de nosotros. De hecho, el fundamentalismo no es otra cosa que la convicción rígida de tener la verdad y de estar en lo correcto sin la capacidad de ponerse en relación con otras ideas.

Además, el fundamentalismo está radicado en la convicción de que el otro no puede cambiar o evolucionar porque es la encarnación del mal. Tomas Merton llamaba esta convicción “la irreversibilidad del mal”, ésta abre la puerta a la eliminación del otro, dado que su ausencia coincide con más vida y libertad para mí. De esta manera, la violencia se convierte en algo deseable porque la posibilidad de la paz coincide con la eliminación del otro. Ésta sigue siendo la paz que muchos quieren para Colombia.

Pero la violencia no elimina nada. La historia de este país así lo demuestra. Por el contrario, el odio que uno siente por el otro perpetúa su presencia. Por ejemplo, hoy son los que expresan su odio por las Farc en las redes sociales los que más hacen visible su presencia en la esfera pública. Lo mismo se puede decir de quienes a través de su odio contra Uribe mantienen su relevancia.

El quedarse rígidamente en su verdad y la incapacidad de relacionarse con la diversidad son una forma de fundamentalismo que es un mal social extendido en Colombia. En muchos casos, seguir odiando parece ser más importante que tener el coraje de cambiar.

¿Cuál puede ser entonces el paso a seguir? ¿Cómo trascender el fundamentalismo para darle una oportunidad a la paz verdadera?

Si el fundamentalismo está marcado por querer mantener cerrados el corazón, la voluntad y la mente, la posibilidad de que surja la paz está ligada a un movimiento contrario: educarse a abrir el corazón, la voluntad y la mente. Sólo con esta abertura uno puede redescubrir al otro y así redescubrirse a uno mismo. La forma más poderosa para hacer eso es ponerse a escuchar y compartir las historias y las experiencias entre todos. Este sería un ejercicio que nos humanizaría.

 

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