El gas explosivo de la indignación

Alejandro Reyes Posada
25 de febrero de 2018 - 04:35 a. m.

El pillaje y saqueo de supermercados en los que se lavaba el dinero de comandantes de las Farc, según acusación de la Fiscalía, antes de que las mercancías pasaran a ser incautadas, expresan la indignación no solo contra las Farc sino también contra el Gobierno, por un pueblo que se siente despojado por la corrupción de los políticos y el maltrato extorsivo de los violentos. El poder destructivo de la indignación es similar, en términos sociales, al del gas metano en los socavones de las minas de carbón, pues si se acumula en exceso, una chispa libera la explosión.

La indignación también describe el estado de ánimo de quienes consideran intolerable una situación que se disponen a cambiar con el peso de las mayorías. La figura del caudillo redentor que asume la indignación como bandera para redimir al pueblo ha surgido una y otra vez en nuestra historia y la de otros pueblos, que siempre termina en la autocracia y la pérdida de libertades y derechos. El crecimiento de Gustavo Petro en las encuestas capitaliza esa indignación y le envía una bofetada a la clase política corrupta aliada de las mafias y paramilitares, que le roban al pueblo su presente y futuro. Ese endoso de la indignación colectiva al capital de poder de un solo hombre providencial, que se vuelve pronto proveedor que dilapida el tesoro público, es un cheque en blanco, pues no se funda en un pacto entre gobernante y gobernados, sino que su cumplimiento queda suspendido del hilo de la voluntad voluble del poderoso de turno.

Hay indignación constructiva cuando nace de la comprobación de que se violan las líneas de lo justo, lo igualitario, lo decente, lo ético, con el argumento falso de que el fin justifica los medios. De esta indignación se han alimentado las voces resonantes de políticos de oposición como Jorge Enrique Robledo, Claudia López e Iván Cepeda, que han hecho los grandes debates contra el paramilitarismo y la corrupción en el Congreso y la opinión.

La indignación también puede ser un producto fabricado e inoculado en las redes sociales para fines políticos como arma química para ganar un plebiscito, como el triunfo del No al acuerdo de paz, el triunfo de Trump o el brexit en Inglaterra, y en ese caso sus banderas se separan de los hechos y la situación social. Su fuerza reside en la simplificación grosera de la realidad, como es el caso del fantasma del castrochavismo, y su efecto más evidente es la polarización entre amigos y enemigos, que convoca el estallido de la violencia.

Hay una forma serena y constructiva de salir de la indignación y es la de afrontar en serio las causas que la generan. La corrupción política es la moneda de pago que enriquece a quienes cobran sus votos en contratos y camarillas de empleados para robar en la burocracia, que es la tiranía sin tirano, como la llamó Hanna Arendt. La indignación constructiva es renovar la clase política con gobernantes y legisladores que no negocien con las necesidades y los recursos del pueblo, sino que escuchen al pueblo y concierten con la gente la manera de hacer reales los derechos. Si el ejemplo viene desde arriba, se desactiva la carga explosiva de la indignación y se canaliza hacia la construcción de soluciones que impactan en las condiciones de vida de todos, ampliando la unidad de propósitos y acabando con la polarización tóxica que nos conduce al estallido social.

alejandroreyesposada.wordpress.com

 

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