Los colombianos eligieron a Iván Duque con un mandato perfectamente claro: que Gustavo Petro no fuera el presidente.
Iván es el segundo gobernante de la historia que cumplió su tarea dos meses antes de posesionarse. El primero fue Andrés, el que elegimos porque tenía la visa americana y cuyo gobierno se puede resumir en estas dos palabras: perfectamente inútil.
Lo de Duque podría resultar más complicado porque en él se combinan cuatro cosas: (1) una genuina ausencia de odios personales, que es su mayor virtud (y es lo mínimo que se podía pedir de su vida consentida); (2) un genuino talante cristiano y de derecha, que él llama “legalidad” y que de malo tiene al fantasma de Uribe; (3) la formación técnica superficial que adquirió en el BID, con embelecos como la “economía naranja” y con aciertos como sus ministros de excelencia, y (4) una inexperiencia angelical y pocos años vividos en Colombia.
De aquí resulta, primero, su bondadosa e ingenua invitación a olvidar el pasado y a que todos trabajemos unidos. Una unidad nacional que no se basa en acuerdos con la oposición, sino en creer que todas las peleas eran gratuitas o mezquinas.
Resulta la política exterior a la derecha, ponerle el pecho a Maduro como si no fuera el vecino a punto de estallarnos en la cara, salirse de Unasur, poner a Ordóñez en la OEA, traer a Trump y a Pence, ir a Madrid o al Vaticano.
Resulta la mano dura y torpe de prohibir la dosis personal, comprometerse a erradicar los cultivos, nombrar al camorrista ministro de Defensa, ponerle el tate quieto a la tutela, o no pararles bolas a las guerrillas que quedan.
Resulta la buena intención de gobernar sin mermelada que ya los zorros del Congreso le frustraron, o la bonita idea de un pacto nacional contra la corrupción donde todos los corruptos van a meternos goles.
Resultan los ministros hablando por su cuenta, con el ministro estrella prometiendo impuestos y a punto de caerse antes de que haga algo.
Resulta el aumento de la insatisfacción, que casi se duplica en sus primeros 13 días de gobierno y que demuestra la ingrata y corta memoria de los colombianos: ya se olvidaron de por qué salieron a votar en masa por un señor desconocido, inexperto, bondadoso y godo que ahora anda metido —y nos está metiendo— en camisa de once varas.
Fue el presidente que eligió la mayoría. Y es el presidente que todos tenemos.
* Director de la revista virtual Razón Pública.
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