El libro de Santos

Luis Carlos Vélez
22 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

Durante Seman Santa terminé el libro La batalla por la paz, del expresidente Santos, y mi conclusión es: una cosa es el libro y otra muy diferente lo que estamos viviendo. Tal vez eso explique las inquietudes que hemos venido sintiendo muchos sobre el proceso de paz a medida de que se ha venido intentando implementar lo que quedó en el documento final.

El paso por 589 páginas es la justificación de un proceso que el país entendió tanto necesario como complejo. La lógica práctica que expone allí el expresidente es la misma que lo llevó a armar ese difícil rompecabezas de haber logrado por primera vez sentar a la guerrilla a discutir una agenda definida para la terminación definitiva del conflicto, encontrado el respaldo internacional y destrabado una discusión infinita con la llave de una justicia alternativa. Una innegable articulación excepcional.

El problema es que una cosa es lo que se argumenta y otra diferente es el engendro. A la luz de los hechos, hoy hay tres elementos que hacen ver muy diferente el concepto de la realidad.

El narcotráfico. Lejos de haberse planteado una solución al problema, tras el Acuerdo de Paz este está disparado. Según Santos en su libro (página 449), este salto es temporal, ya que sin las Farc cuidando cultivos ilícitos, las autoridades tendrán acceso más fácil para su destrucción. La realidad es que limitados a la erradicación manual y los incentivos perversos creados en el acuerdo para que campesinos que no eran cocaleros cultiven la mata, ha multiplicado su siembra.

Las disidencias. Las FF. AA. calculan que hay más 3.700 guerrilleros disidentes. De ellos, 2.200 están alzados en armas y el resto hacen parte de las redes de apoyo. En este grupo están John 40, Chispas, Santoyo y Gentil Duarte, quien ha expresado su interés en unificar fuerzas con el único objetivo de continuar en el negocio de la droga y obtener las rentas de la minería ilegal. Las Farc no murieron, mutaron.

Las víctimas. Las Farc han demostrado que no están dispuestas a contar toda la verdad, parte fundamental para resarcir a las víctimas; no han revelado la totalidad de sus bienes ni tampoco han detenido del todo sus actividades ilícitas (caso Santrich). Santos dice que el proceso no generará impunidad (página 482), pero a la luz de lo que está ocurriendo está claro que sin verdad no hay reparación.

Por último, en la página 550, el expresidente habla sobre la manera en que tras la derrota en el plebiscito se incluyeron 97 % de los reparos presentados por el No para conformar el llamado nuevo acuerdo final. Pero de su argumentación queda una contradicción y es que si para sobreponerse al rechazo en las urnas se acudió a un espacio constitucional que permitiera recoger inquietudes, mejorar el acuerdo y luego aprobarlo por el Congreso, ¿por qué ahora tanto rechazo a las objeciones presentadas por el presidente Duque sobre la operatividad de la JEP, para que se presenten al mismo legislativo?

Para terminar, vale la pena rescatar el siguiente apartado del Comité Noruego cuando le otorgó el Premio Nobel de Paz a Santos, que él mismo reproduce en la página 547 de su libro:

“El hecho de que la mayoría de los electores hayan dicho no al Acuerdo de Paz no implica forzosamente que el proceso de paz esté muerto. El referéndum no era un voto a favor o en contra de la paz. Lo que los partidarios del no rechazaron no fue el anhelo de paz, sino un acuerdo específico”. Lo que me lleva a reiterar que los que pensamos que la JEP no está exenta de críticas, análisis o auditoría; que exigimos que extradite a Santrich por haber continuado con el delito del narcotráfico, y que buscamos que las Farc cumplan con decir la verdad, pedir perdón y entregar sus bienes, no somos enemigos de la paz; por el contario, queremos que lo que cuenta Santos en su libro se cumpla.

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