El machismo y las justas proporciones

Catalina Uribe Rincón
28 de diciembre de 2017 - 05:05 p. m.

La segunda columna de Caballero sobre acoso tuvo varios desaciertos, en especial su entendimiento del machismo y feminismo. Sin embargo, como de los textos vale la pena retomar no lo que es absurdo, sino lo que es debatible, me enfocaré en su advertencia sobre el riesgo de aligerar una pelea seria. Caballero y sus seguidores (pues no es solo él) creen que el movimiento de mujeres que dijeron “no más” y se atrevieron a denunciar las distintas formas de abuso sexual tiene un problema: banaliza la violación. Su idea es que cuando todo se hace grave ya nada lo es, y el manoseo termina injustamente igualado al acceso carnal violento.

Lo que banaliza el asunto, sin embargo, no es tomarse en serio un manoseo indebido, sino justamente lo contrario: ridiculizarlo. La banalización comienza cuando una mujer se queja de acoso y le contestan: “Tranquila, no es como si la hubieran violado”. La desproporción no reside en medir y reaccionar a cada una de las transgresiones como es debido, sino en utilizar la peor agresión como regla y medida. El juicio se pierde cuando se mira desde el peor crimen los más pequeños. ¿Acaso a alguien que le roban la casa le contestan: “Tranquilo, no se queje que no lo mataron”?

Tan poco en serio se ha tomado nuestra sociedad las transgresiones contra las mujeres que es más grave romperle la ventana al vecino que cogerle la cola a la vecina sin su consentimiento. Este movimiento de mujeres busca justamente levantar el acoso de la práctica común, de ser un mero asunto vulgar, y volverlo una transgresión importante y grave, pues lo es. El acoso coarta la libertad de las mujeres al hacerlas objeto de una voluntad ajena. No es fácil, ni digno, vivir en un mundo en el que reclamar propiedad sobre el propio cuerpo es considerado como una exageración desproporcionada.

Caballero sugiere que las mujeres se están saliendo de sus justas proporciones. Yo creo que hay que darles a los acosos su justa proporción. Lo que banaliza el asunto no es evaluar cada caso a su medida, sino decirles a las mujeres que sus casos no tienen medida, pues no son casos, sino puras descortesías, faltas de educación o, cuando mucho, excesos del cortejo. Banalizar los reclamos de las mujeres banaliza su voz y con ello su autonomía.

 

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