¡El mestizaje es la hostia, carajo!

Mauricio Rubio
04 de abril de 2019 - 08:30 a. m.

El presidente López Obrador (AMLO) solicitó al rey de España y al papa que pidan perdón a los pueblos originarios de México por los abusos de la Conquista.

La parroquia profunda celebró. Juan Esteban Constaín sugirió aprovechar la ocasión para iniciar un debate histórico. Martín Caparrós destacó una ambigüedad: la vanguardia latinoamericana que defiende causas aborígenes, pero en español. Fuera de armar un follón, el mensaje de AMLO no tiene gracia, ni siquiera es novedoso. Además de populista, es profundamente reaccionario. Revive la Leyenda Negra, conjunto de mitos sobre los españoles en América revaluados gracias a trabajos como el de María Elvira Roca Barea. Por la época de las guerras de religión, la propaganda protestante, con la ingenua colaboración de Bartolomé de las Casas, buscó desprestigiar al rival hispano. El mismo fraile constituye una muestra de tolerancia de la Corona española: otras monarquías lo habrían defenestrado por su activismo.

AMLO alimenta la ilusión de que pedir disculpas por atropellos seculares alivia la situación de pueblos marginados, sin aclarar que los indígenas fueron siempre menos explotados que los esclavos africanos. Sobre los afrodescendientes colombianos hay un trabajo con argumentos raciales que producen estupor. En “Liberty & Equality in Caribbean Colombia” la historiadora Aline Helg ve el mestizaje como un obstáculo para la reivindicación de derechos colectivos, no como ventaja de un país diverso y multi de todo. Para ella, mestizo no es alguien con padre y madre de origen diferente sino la mezcla de blanco e indígena que, por favor, difiere de zambo, mulato, chino o saltapatrás. El lenguaje preciso es indispensable para abordar asuntos como la composición racial. Helg se incomoda porque las “negritudes” –puras o impuras– no reivindican derechos basados en sus orígenes. Le duele la población del Caribe excluida de la categoría “palenquero” y con “negrura étnica” ignorada para los beneficios de la Ley 70/93. Deplora que muchos colombianos “parcialmente” negros hayan “minimizado su identidad racial” y en lugar de afirmarla busquen mezclarse.

¿Qué diferencia este racismo iluminado de la abominable noción de pureza racial? ¿En qué se distingue el afán progresista por mantener intactas las raíces aborígenes de la preocupación colonial por las castas o del nacionalismo vasco y catalán obsesionados por el segregacionismo? La gran ironía es que, con objetivos divergentes, terminaron juntándose en la promoción de principios reaccionarios, que incluyen ignorar los derechos de las mujeres, fascismo, nazismo y extrema izquierda autárquica con un progresismo incongruente que disfruta las instituciones que permiten opinar y protestar sin depender del color de piel pero las desprecia por imperialistas.

El antídoto más eficaz contra el racismo, el mestizaje, es precisamente un valioso legado de España al Nuevo Mundo, donde efectivamente se superó el atavismo. Surgieron combinaciones infinitas y dinámicas no solo de razas sino de lenguas, cosmologías, música, comidas y un largo etcétera palpable en cualquier urbe latinoamericana.

Me cae mal el sectarismo de militantes y activistas, pero firmaría ya la adhesión a algo como Mestizos sin Fronteras. Aprecio que me llamen sudaca: soy eso y más. Logramos tener una familia con símil de ciudadanía del mundo: colombiana, española, francesa y la que venga. Trilingües, rotamos países entre amistades, lecturas y Netflix. En la mesa, sancocho, empanadas, fideuà, pantumaca o burritos, añorando el gelato de queso con bocadillo de Solferino. De rumba, como en Saoco, con ron, aguardiente y vino, salsa, son cubano, cumbia, reguetón, samba y cualquier ritmo menos la sardana, desabrida por lo vernácula. En el trabajo, pasión por lo que bordee mestizaje o migraciones: economía corrupta de clanes bastardos tipo Buendía que no encajan en un modelo matemático como las hermanitas Ingalls, puritanas y predecibles; crimen, casi siempre asunto de foráneos; prostitución, paradigma de acercamiento de razas, culturas y clases sociales. Fuera de terminar agradeciéndole a la guerrilla colombiana el empujón para emigrar, veo positivo que hubiera reunido en sus filas curas españoles, campesinos tolimenses, emprendedores paisas, indígenas, pandilleros y señoritos urbanos. Qué diferencia con el provincialismo etarra. Hasta en la subversión el mestizaje es la leche, tíos.

Ojalá Coatlicue y la Virgen de Guadalupe iluminen a AMLO para que disfrute su salpicón de ancestros. Que con mariachis, Pérez Prado y Maná celebre que “la vanguardia de la cultura en castellano ya no sea de la Península, sino de América Latina” y saboree la canasta de ingredientes autóctonos –maíz, calabaza, tomate, cacao– revueltos en los conventos con los de siglos de influencia romana y musulmana –aceite de oliva, trigo, cebolla, cilantro– para una gastronomía que conquistó el mundo desde una sociedad abierta, despelotada y enriquecida por republicanos españoles exilados. En este descache demagógico, AMLO se asemeja a Trump, con su muro fronterizo que discrimina individuos por nacionalidad y a los menores de tres países mexicanos los separa de la madre que los parió.

Ver más…

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar