El país de las maravillas

Julián López de Mesa Samudio
06 de abril de 2017 - 03:00 a. m.

Su nombre científico es Tigridia pavonia. En el sur del país, en Putumayo, Nariño y Cauca, donde florece silvestre en las laderas de la cordillera, la conocen como wasimba. En otras partes de Colombia le dicen flor de un día o flor de tigre, pues su espectacular flor es anaranjada y atigrada y dura tan sólo del amanecer hasta el crepúsculo. En el interior del país la conocen por el nombre que, en concepto de quien estas líneas escribe, merece: maravilla. Y el nombre no le queda grande a esta extraordinaria planta emparentada con los írices y endémica de nuestras montañas.

No solamente su flor es de una hermosura sobrecogedora —inefabilidad que se multiplica por la fugacidad de su vida—: es aún más extraordinaria pues la planta puede tardar hasta dos años en florecer (durante tan solo un día…). Estas plantas son salvajes y no han sido domesticadas, por lo que prefieren los suelos escarpados y agrestes a las tierras bien abonadas. En muchas zonas de Boyacá, los parches de maravillas brotan aún aquí y allá en las colinas del hermoso Valle del Tenza, y aunque muchos de sus propios habitantes no lo saben, la maravilla es la flor del municipio de Gachetá.

Pero lo que verdaderamente hace única a la maravilla es que su bulbo es comestible y hacía parte, hasta hace poco, de la dieta de muchos pueblos andinos. Algunos de los platos del variado recetario campesino de los Andes colombianos la tenían como ingrediente y hasta hace una generación muchos campesinos boyacenses regaban semillas de maravilla entre los cultivos de maíz para complementar su dieta. ¿Y a qué sabe una maravilla? A maravilla. Así lo considera el Arca del Gusto: un listado de los ingredientes y sabores únicos de cada país que recoge la prestigiosa organización Slow Food International como forma de preservar el patrimonio gastronómico del planeta. La maravilla es uno de no más de 88 productos que representan a Colombia en el Arca.

Sin embargo, hoy son pocas las casas campesinas en cuyos huertos aún florecen las maravillas y son aún menos aquellas en que se consumen sus suculentos bulbos. Estoy seguro de que la gran mayoría de los lectores jamás, hasta ahora, había oído siquiera mencionar acerca de una flor llamada maravilla y que hacía parte de la tradición gastronómica andina hasta hace menos de 50 años. ¿Por qué? Porque en muy pocos años las políticas agrícolas han ido minando la diversidad agrícola colombiana al privilegiar a aquellos productos con un mayor margen de rentabilidad y de productividad por sobre otros que, como las maravillas, están destinados a desaparecer al tardar más de dos años en producir y no adecuarse bien a los constreñimientos y requerimientos de la agroindustria.

Colombia ha apostado por entrar en las dinámicas de la política agroalimentaria mundial que privilegia el discurso de la seguridad alimentaria, por lo que preferimos tener en nuestra despensa unos cuantos productos, eso sí muy demandados y eficientemente producidos, a una amplia gama de ingredientes. En la práctica, esta política está convirtiendo a nuestro país en un Estado dependiente de las vicisitudes de los mercados agrícolas mundiales, mientras que paulatinamente limita su oferta poniendo en peligro su soberanía alimentaria y la diversidad de la cual tanto nos enorgullecemos. Las maravillas son tan solo un caso, entre muchos, de alimentos y productos colombianos en vías de extinción cuyos usos y sabores desaparecerán del imaginario colectivo nacional en menos de una generación.

@Los_Atalayas, atalaya.espectador@gmail.com

 

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