“El país que me tocó”

Aura Lucía Mera
30 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Enrique Santos, en su epílogo, lo resume todo: “Este es, pues, mi testimonio de salida. Para rememorar, revivir y reflexionar sobre lo recordado, no se necesita más que esto, una mente abierta, lápiz, papel y una vida vivida a fondo. No hay que pedir más”.

La verdad, fui dos veces a la librería en Cali, no la nombro porque es la única, y la misma respuesta: agotado. Sensación de impotencia y rabia. ¿Por qué diablos no piden suficientes ejemplares? Frustración. El sábado invité a mi apartamento a monseñor Darío de Jesús Monsalve, nuestro arzobispo, con quien mantengo una amistad cercana, pues lo valoro y lo admiro por berraco y frentero. Gran sorpresa. Me traía el libro de Enrique de regalo. Sobra decir que me lo leí de una...

Un libro delicioso de leer. Porque cada página invita a la siguiente. Sus recuerdos de infancia, siempre atornillados a sucesos periodísticos y políticos de relevancia nacional. Esa fue su cuna. Me imagino sus primeros alimentos como sopas de letras... era su destino. Ser periodista y testigo de excepción de nuestra historia reciente. Y no solo ser testigo, sino artífice de muchos de sus cambios fundamentales.

Rebelde desde pequeño. Buscando su propio camino como el navegante que otea el horizonte en una noche oscura para descubrir su propia estrella. No debió ser fácil nadar a contracorriente de órdenes parentales y caminos ya trazados para internarse en sus propios laberintos, haciendo camino al andar.

Una vida vivida sin tapujos. Sin justificaciones. Sin necesidad de explicar ni dar marcha atrás. Fiel consigo mismo. Con sus sueños. Con sus ideales. Jamás se dejó hechizar por cantos de sirena, a sabiendas de que pertenecía a una élite privilegiada, escogió el camino áspero del periodismo sin ataduras, siempre comprometido con lograr un país más equitativo, más justo, arrancando máscaras y hurgando heridas.

Reconoce que su generación fue “una generación envidiada pero también cuestionada, aquí y allá, porque disfrutó de la prosperidad económica de los años 60, despilfarró mucho, ahorró poco y despreció todo. Introdujo el consumo de drogas, la liberación sexual, monopolizó la escena cultural y artística, y no supo retirarse a tiempo”.

También en su epílogo reconoce con honestidad vertical: “Frente a la Colombia actual me invade cierta sensación de fracaso, de no haberles dejado a los que nos siguen un país más pacífico y equitativo, pese a todas nuestras pérdidas sobre fraternidad y justicia social”.

“Crecí entre oligarcas y clandestinos, y por una extraña disposición de conciliar ambos mundos, me hice a una imagen de la realidad que inevitablemente impregna estas páginas”.

Ese fue el país que le tocó vivir. El que nos tocó vivir a los de nuestra generación. Rompimos tabúes, transgredimos, buscamos nuevos atardeceres y lunas diferentes. Cometimos muchos errores, pero quebramos paradigmas intocables. Ayudamos a abrir otras trochas así nos rasgaran la piel abrojos y espinas.

Me quito el sombrero. Ese es un libro que todos debemos leer. Para entendernos y que nos entiendan un poco más. Y sobre todo, como enfatiza Enrique, para que los jóvenes digan: “No más. Tienen todo el derecho a disfrutar en paz un país lleno de potencialidad”. Yo también les digo: invéntense una nueva Navidad... no sigan en los mismos círculos viciosos que nosotros hemos arrastrado desde la Colonia. No más.

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