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El papel de los libros

Andrés Hoyos
24 de febrero de 2010 - 02:12 a. m.

A RIESGO DE QUE ME DIGAN DINOsaurio, me alegro de no haber comprado aún un aparato electrónico para leer libros, pese a que lleno mi computador de PDF’s que indexo para poderlos consultar y a que adoro tener bases de datos de todo tipo a un click de distancia.

Pero distingamos: una cosa es buscar información y otra leer libros. Esto último se hace teniendo en mente la totalidad de una vida que cualquier iluso espera larga. Aunque los aparaticos disponibles son caros pues explotan la novelería, tarde o temprano la tentación electrónica estará al alcance de la mayoría. Surge entonces el problema de qué aparato comprar. El pionero fue el Kindle de Amazon, la paradójica respuesta de esta compañía a su inmenso éxito a la hora de vender libros por internet. Jeff Bezos, el fundador de Amazon, dio el salto sin dolor y hoy, apenas uno abre su página, recibe la oferta del Kindle como una suave cachetada. Sin embargo, ¿quién me garantiza que en quince o veinte años las lecturas que yo haga en este adminículo seguirán ahí subrayadas y ajadas como lo están las que hice en libros en el pasado? Además, “lo que tenía que pasar pasó”, y ahora la oferta se multiplicó: están los Sony Readers, el iPad de Apple, al tiempo que Dell y Google andan diseñando lo propio a marchas forzadas, no ya para hacerle competencia al Kindle, sino para garantizarnos que el futuro de la lectura en pantalla será caótico. Al Gran Hermano de Bezos le salieron clones que lo convertirán en Legión y que prometen pesadillas para los lectores contemporáneos. El supuesto Libro 2.0 amenaza con convertirse en el Libro 0.25.

En paralelo, la edición de libros en papel está pasando por la reingeniería más dramática desde que Gutenberg inventó la imprenta de tipo móvil. Según Jason Epstein, un pionero, en un lapso más o menos breve y en los sitios más insospechados habrá unas máquinas grandes, parecidas a las viejas expendedoras de gaseosas y papas fritas, en las que uno podrá imprimir y encuadernar un buen ejemplar en rústica a partir de inmensos catálogos disponibles online. Luego vendrán los de tapa dura. Epstein no aclara algo que a mí me parece obvio: que siempre quedará una inmensa cantidad de libros de alta gama, en gran papel o simplemente demasiado sofisticados para la automatización, los cuales uno deberá buscar en librerías o en catálogos en línea. Y aunque la máquina expendedora no deja de tener sus bemoles, como la facilidad de la piratería o la invasión casi napolitana de basura, su aporte esencial consistirá en una drástica reducción de los costos de producción y de venta.

El año pasado Juan Villoro nos invitaba a hacer un ejercicio histórico a la inversa: debíamos inventar el libro a partir de algo parecido al Kindle. Juan concluía con alivio: “Qué alegrías aportaría el inesperado invento del libro en una comunidad electrónica. Después de décadas de entender el conocimiento como un acervo interconectado, un sistema de redes, se descubriría la individualidad”.

El papel, a diferencia del plástico, se puede reciclar con facilidad y proviene de cultivos industriales renovables. Existe incluso una fuente maravillosa, la bambusa vulgaris, o sea el vulgar bambú, que puede cultivarse a todo lo ancho de nuestra geografía sin que hasta ahora los finqueros e industriales del país se hayan percatado. Yo creo, pues, que el papel de los libros de papel es irremplazable. Y mucho me alegro.

andreshoyos@elmalpensante.com

 

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