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SOY TODO MENOS UN ANTIGRINGO militante. No creo, con los bolivarianos místicos, que del norte nos lleguen todos los males. Vienen males y bienes, rayos y maravillas.
Por un lado, las peores armas, consejos y artimañas militares devastadoras, pactos comerciales descarados, pero por el otro lado, ideas, inventos y avances tecnológicos increíbles, regados al resto del mundo casi sin restricciones, porque quizá la mayor riqueza de Estados Unidos sea su poderosa investigación y sus universidades de vanguardia.
A finales del siglo pasado, en La Habana, tuve una discusión con uno de los comisarios de la cultura cubana, Roberto Fernández Retamar. Él sostenía (porque a los que profesan la religión comunista les encanta ponerse ropa de profeta) que la decadencia del Imperio era inminente, que en menos de diez años lo veríamos desmoronarse como un castillo de naipes. Yo le contesté que eso ocurriría, tal vez, si el PPG (una droga que vendían en las calles de Cuba como afrodisíaco, y como panacea para muchos otros males, desde el colesterol alto hasta la diabetes juvenil), se revelara ser una medicina tan buena para la impotencia como el Viagra, o tan efectiva para bajar el colesterol como la Lovastatina. Que eso sería factible si en Rusia o en Arabia hubieran inventado la internet y el chat (o, le diría hoy, Google y Wikipedia) y no en Estados Unidos.
De todas maneras nadie ha hecho tanto por acercarse a los más nefastos vaticinios del antiamericanismo militante, como este agónico mandatario gringo, George W. Bush, el peor presidente de la historia de un inmenso país que en el último siglo ha modelado nuestra manera de vestir, de curarnos, de soñar en el cine, de querer en la cama y hasta de comer mal y a la carrera.
Si miro alrededor, muchos de los objetos que me rodean, aunque hayan sido fabricados en China o en Colombia, fueron inventados o desarrollados en Estados Unidos: el i-Pod, la cámara del celular, el teléfono inalámbrico, el computador portátil donde escribo este artículo, los bluyines que me pongo, el reloj digital que mide mis pulsaciones, el cable que me trae la señal de la televisión, el DVD donde veo películas, muchas de las películas y de los libros que me gustan, el GPS que me dice dónde estoy parado, los CD de música y el aparato que me los deja oír, la pastilla matinal que me quita la acidez de la tarde…
Algunos inventos de los que he citado han sido desarrollados incluso durante la nefasta era de W. Bush, porque la política no es la que decide todo en este mundo; muchas cosas no se hacen gracias a los gobiernos, sino a pesar de los gobiernos. Durante su administración se acabó de descifrar el genoma humano, hubo avances en la psicología evolutiva, pero renació también el creacionismo más burdo, se le quitó apoyo a las universidades (los republicanos detestan por principio a los intelectuales, su ideal de mujer es la señora Palin) y se les dio gran espacio a los predicadores y fanáticos religiosos. Todo esto, lo bueno y lo malo, nos llega también a nosotros.
La herencia de W. Bush es una economía vuelta pedazos, y por su irresponsabilidad todos pagaremos las consecuencias; una guerra sanguinaria en Irak, con infinidad de muertos civiles inocentes, y una de las más caras de la historia. Así como el fanatismo islámico no se ha reducido con esta violencia, sino que se ha vuelto todavía más peligroso, asimismo ha aumentado la producción de heroína y cocaína en dos países que aparentemente controlan: Afganistán y Colombia. Las políticas represivas de Bush, para combatir el narcotráfico y el terrorismo islámico, más parecen abono que hace crecer uno y otro fenómeno.
Ojalá los electores de la gran nación del norte reaccionen y saquen al fin del poder a la peor camarilla religiosa de extrema derecha que haya gobernado ese país desde su fundación. Su huella en la justicia, en la salud, en la pobreza, en el desprecio de lo extranjero, durará todavía años. Pero es reversible, si los detienen ahora. Este Bush que se va deja a Estados Unidos, como dijo en estos días el comentarista Timothy Egan, “con el espantoso guayabo de los que no beben”. Esperemos que ese guayabo sin trago no desoriente a los votantes. Si siguen los republicanos en el poder, la decadencia de Estados Unidos empezará a notarse. Aunque incluso McCain, al lado de Bush, parece un estadista sensato.
