El retroceso de América Latina

Eduardo Sarmiento
19 de abril de 2015 - 02:00 a. m.

La Cumbre de las Américas se realizó en un momento de estancamiento de América Latina.

El desempeño de la región es inferior al de hace 50 años. Así lo ilustran las cifras del BID y la Cepal sobre la evolución de la región, que le hicieron una mala jugada al presidente del BID. En el discurso inaugural reveló que la región no había registrado ningún avance en la productividad en los últimos 20 años. Dicho en otros términos, los trabajadores no disponen de los medios que permitan aumentar la producción y obtener remuneraciones adecuadas. Colombia no es una excepción; en las últimas dos décadas la productividad del trabajo aumentó cerca de cero.

No es algo que siempre haya ocurrido y no pueda evitarse. En las décadas del 60 y el 70, la época de oro, América Latina avanzaba impulsada por el elevado crecimiento de la industria y la capitalización, la diversificación de las exportaciones hacia actividades más complejas, la sustitución de importaciones y la elevación de los ingresos del trabajo en el PIB. El producto nacional crecía por encima de 5%, la capitalización 8% y la productividad del trabajo 2,5%.

A comienzos de la década de los 80 la región se vio asediada por la globalización impulsada por Reagan en Estados Unidos y Thatcher en Inglaterra. Quedó inmersa en un mundo que les daba prioridad a las actividades que generaban más divisas, como sucede con los recursos naturales, y en particular el petróleo. El desmonte arancelario, la liberación cambiaria y los TLC, que fueron dictados más por la moda que por las necesidades internas, dejaron las economías desprotegidas a merced de los países con mayor tradición y competitividad. Sin mayor recato, se permitió el desmantelamiento de la industria y la agricultura, la desaparición de las exportaciones industriales de alguna complejidad y las agrícolas de cereales, y la expiración de los aprendizajes y las experiencias acumuladas durante varias décadas.

El desarrollo de varios países en las últimas dos décadas ha girado alrededor de la inversión extrajera y el intercambio comercial. En Colombia la inversión extrajera vino atraída por la minería, y en particular por el petróleo. Se configuró un círculo vicioso entre la entrada de capitales, la revaluación y la ampliación del déficit en cuenta corriente. El abaratamiento de las importaciones y la ampliación del crédito se convirtieron en la principal fuente de alza de remuneraciones, y si bien permitió compensar el bajo crecimiento de la productividad, no es sostenible. Las economías quedan expuestas a la caída del ahorro y a la fragilidad de la balanza de pagos. Por eso, su desempeño, en términos de productividad del trabajo, crecimiento del producto, capitalización e ingresos laborales, es muy inferior al de las épocas de industrialización.

La historia comparada muestra que la industrialización y la agriculturización requieren instituciones más exigentes, permanentes y estratégicas que las provenientes de la globalización y el predominio del mercado. Como mínimo, se plantea conformar superávits de balanza de pagos, elevados niveles de capitalización y ahorro, al igual que aprendizajes e incorporación tecnológica que permitan la producción de bienes cada vez más complejos.

Hace 50 años la Cumbre de las Américas eran foros de debate sobre los paradigmas alternativos del desarrollo y las transformaciones que debían realizar los países para superar el atraso y la pobreza. Hoy en día los planteamientos dominantes no se apartan del paradigma convencional de mercado que mantiene estancada la región y no le ofrece soluciones de progreso ni de justicia social.

 

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