El río

Tatiana Acevedo Guerrero
20 de mayo de 2018 - 00:30 a. m.

En el marco de las disputas de casi una década alrededor de la construcción de Hidroituango habrá quien se imagine que estas se organizan en dos bandos: los unos, activistas, que quieren preservar la naturaleza prístina, y los otros, empresarios, que buscan transformarla con la represa y el desarrollo. Se trata, sin embargo, de todo lo contrario. De un lado de esta historia tenemos un proyecto de ingeniería para controlar el agua del río Cauca que la asume moldeable. Casi que por fuera del tiempo y el espacio nacional. De otro lado está la suma de voces críticas del proyecto, que afirman que estas aguas están cargadas de problemas (y pasado). No pretenden conservar un río, sino ser conscientes de todos los fenómenos, naturales y no naturales, que el Cauca encarna.

Pensamos a veces en la naturaleza como paraíso. Como un lugar que no está contaminado con basura, infraestructuras y conflictos. Ni siquiera historia. El río Cauca no se puede tratar como si fuese simplemente naturaleza. O como si todas las playas de barequeo, los hilos de mercurio, los canales, ladrilleras, ciudades, viviendas, legados de la guerra reciente y desechos de caña de azúcar le fuesen ajenos e intrusos. Todas estas cosas son parte del río mismo. Hay razones por las que están allí. No van a desaparecer. No pueden borrarse simplemente. El Cauca es una creación nacional, pero conserva una vida propia más allá del control humano.

Fueron todos estos componentes del río mismo los que hicieron de Hidroituango un emprendimiento difícil. En principio, este incluía la construcción de una presa de 225 metros de profundidad. Una superficie de 3.800 hectáreas sería secada y una longitud de 75 kilómetros del río sería inundada. Se incluían además una serie de inversiones millonarias en infraestructura vial, de salud y vivienda. Debido a la complejidad del río, estas obras resultaron más costosas y despaciosas de lo previsto. Hubo reveses en las reubicaciones de familias, protestas de pobladores inconformes, destierros de barequeros artesanales que perdieron en el transcurso de pocos años el oficio y la playa. Pero quizás el ingrediente más importante del Cauca en este tramo es la desconfianza.

Isabel Zuleta, del movimiento Ríos Vivos, explicó en varias ocasiones cómo no se tuvieron en cuenta la trayectoria violenta de la zona y las masacres cometidas por los grupos paramilitares. “En la época en la que algunos de estos hechos ocurrieron, la Gobernación de Antioquia estaba desarrollando el proyecto de Hidroituango. Desde entonces, el Gobierno de Antioquia ha cambiado, pero la historia vivida en la zona dejó miedos y desconfianza frente a los agentes estatales, como EPM”, explicó. Además de fosas comunes, la violencia paramilitar dejó un clima de incertidumbre. En medio de ataques consecutivos de las Farc, el proyecto abrió la puerta a un aumento considerable en la presencia de policías, militares y grupos de seguridad privados. En la tradición de criminalización de la protesta, activistas se vieron en el equilibrio imposible de no ser identificados como subversivos. Cuatro miembros de Ríos Vivos fueron asesinados en los últimos seis años. En una visita a la zona durante 2012, el investigador de la ONG sueca Swedwatch fue abordado por un guardia de la empresa VISE-Seguridad Privada, que le advirtió que debía irse “si no quería ser arrojado de cabeza al río”.

Se acusa a Ríos Vivos, entre otras cosas, de “politizar” el desbordamiento del río sobre las obras y las poblaciones (desbordamiento incentivado por el invierno, los derrumbes y el afán por terminar a tiempo). La naturaleza, vista no como “externa” y pasiva, sino como parte de la cotidianidad y el futuro, es contenciosa y divisiva. Para las organizaciones y grupos poblacionales es imposible no hacer apuestas políticas sobre sus territorios. Más que un movimiento social muy organizado con estructuras y planes conspiratorios, Ríos Vivos es un lugar de encuentro entre comunidades devastadas que quieren darle voz al río.

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