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El rol de las Naciones Unidas

Angelika Rettberg
18 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

Con más de diez agencias con presencia en Colombia hace varias décadas, sorprende que el sistema de Naciones Unidas tenga una participación tan discreta en los diálogos de paz en marcha.

En este momento, la ONU adelanta, junto con la Universidad Nacional y por invitación de la mesa de diálogo reunida en La Habana, la organización y moderación del Foro para la Política de Desarrollo Agrario Integral. Pero fuera de esa labor, no parece que alguna de las partes tenga planes de aprovechar la experticia y el conocimiento global de esa organización de forma sistemática.

Por el momento, ello puede ser una estrategia explicable. La ONU ha sido duramente criticada por diversas razones: Es una burocracia gigantesca con pocos dientes y reacciona de forma lenta y a veces tardía e ineficaz ante las crisis que tiene que capotear. En parte esto se debe a que es la única organización mundial que, por mandato institucional (“promover la paz mundial”) tiene la misión de aventurarse en las crisis más ingobernables. Pero también se puede atribuir a que, en ciertas regiones del mundo como Centroamérica, la ONU asumió roles y compromisos en las transiciones a la paz que sólo pudo cumplir parcialmente.

En Colombia, la ONU no salió bien librada de la experiencia del Caguán (como no salieron bien librados los demás socios internacionales del momento). Y, por las razones que fuere, uno de los consensos en la ronda actual de negociaciones fue que ni el gobierno ni las FARC quisieron tenerla a bordo, prefiriendo los buenos oficios de países puntuales.

Sin embargo, cuando llegue el momento del monitoreo y la verificación de eventuales acuerdos de implementación (si llega), éste no puede quedar sólo en manos de los colombianos. Y, por tanto, se necesitará un despliegue mucho más generoso humano y financiero por parte de los socios internacionales de la paz colombiana. Los países amigos, garantes y facilitadores, se quedarán cortos en su capacidad logística e incluso en su disposición política de asumir los costos y compromisos necesarios. En efecto, ni Cuba, ni Venezuela, ni Chile ni Noruega tienen la capacidad—ni probablemente la voluntad—de ponerse a verificar acuerdos, dirimir desacuerdos e imponer el cumplimiento de compromisos a las partes enviando misiones militares o civiles a Colombia.

Por tanto, es hora de que tanto la ONU como las partes sentadas en la mesa revisen crítica y constructivamente la labor y la contribución que ha hecho esta organización en Colombia en temas como la atención al desplazamiento forzado y la reparación de las víctimas, el desarrollo regional y el monitoreo de los cultivos de coca para identificar maneras por medio de las cuales este gran y amplio sistema—que tiene amplia trayectoria en el país—puede ser aprovechado mejor para avanzar con las tareas de la construcción de paz en Colombia.

* Angelika Rettberg, Directora y profesora asociada Departamento de Ciencia Política Universidad de Los Andes

 

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