El suicidio

Arturo Charria
04 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Cada cierto tiempo la noticia de un suicidio conmociona a la sociedad. La espectacularidad del hecho, la edad de la persona o el entorno social del suicida iluminan “ese” caso por encima de los demás, que no es más que otro de un fenómeno social que resulta terriblemente constante, pues en Colombia cerca de seis personas se quitan la vida de manera voluntaria cada día.

El sociólogo francés Émile Durkheim estudió este comportamiento en El suicidio, uno de los libros fundacionales de la naciente disciplina. Su investigación tenía dos propósitos, poner a prueba La reglas del método sociológico y comprobar cómo la disciplina puede encontrar causas sociales en un fenómeno que se consideraba privado. Su interés no era indagar en el mundo interior de una persona que causa su propia muerte, sino indagar en aspectos que puedan ser medibles y comparables en el tiempo. A través de ese método buscó identificar las tendencias, los rasgos comunes y las causas que pueden llevar a que las personas en un país estén más propensas al suicidio.

Las noticias sobre los suicidas causan una extraña mezcla de terror, fascinación y compasión, por eso cada cierto tiempo vuelven y su eco impacta en la sociedad. Cuando el suicidio se convierte en noticia comienza la especulación: la incontenible depresión que padece de manera colectiva la sociedad, la incapacidad de tramitar las frustraciones, la descomposición familiar o el matoneo en las instituciones educativas, todas ciertas, pero su mirada aislada no permite comprender el fenómeno. Son juicios que simplifican de manera aislada el comportamiento de las personas y tienen como propósito darle un cierre a la noticia.

Estas muertes son inquietantes, porque muchas veces se tratan de vidas comunes que comparten rasgos con miles de personas que tienen experiencias como las nuestras y a veces parece que lo único que nos diferencia es la resolución de quitarse la vida. Famosas son las historias de los suicidas del Salto del Tequendama, que acudían los fines de semana a quitarse la vida en este lugar de las afueras de Bogotá. Tan recurrente era la práctica que había fotógrafos que, por unos pesos, tomaban una última foto a los suicidas, quienes dejaban ese registro como testimonio de su propia muerte.

También hay suicidios emblemáticos, cargados de cierto lirismo trágico, tal como ocurre con José Asunción Silva, cuya muerte a veces parece imponerse por encima de su propia obra. Dicen que la noche anterior a los hechos hizo llamar a su médico personal, al que le pidió que le marcara con yodo el punto exacto en que queda el corazón, y que a las cinco de la mañana, hora en que doblan las primeras campanas, se dio un disparo en el corazón. En 1996, cuando se cumplieron cien años de su muerte, comenzaron a aparecer en las paredes de Bogotá siluetas del poeta con un hueco en el corazón, sombras de un hecho que conmocionó a la ciudad y sobre el cual aún se sigue especulando.

Pero la mayoría de los suicidios no son memorables, son registros cuya ausencia parece no tener peso y que cada cierto tiempo nos recuerdan el malestar que padece la sociedad. El día de ayer, mientras pensaba esta columna, fue noticia el intento de suicidio de un soldado que saltó de uno de los puentes de la calle 26. La noticia hablaba del hecho y de la congestión vehicular que se produjo en esa calle de Bogotá.

De ahí la importancia de volver sobre la investigación realizada por Durkheim en 1897 y pensar el suicidio como un fenómeno cuya naturaleza tiene causas sociales que, al relacionarse con estados individuales, hacen que la idea de quitarse la vida se materialice. Según la investigación del sociólogo francés, estos hechos sociales pueden medirse, están en la cultura y en las instituciones, e inciden en la tasa de suicidios: el matrimonio, el divorcio, la familia, la sociedad religiosa, el ejército y las guerras. Sin embargo, el diagnóstico sobre la tasa y las causas del suicidio en Colombia sigue siendo incierto, como el estado de salud del soldado que el día de ayer saltó de uno de los tantos puentes que hay en la ciudad.

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