El tiempo de los políticos pirómanos

Carlos Granés
29 de marzo de 2019 - 05:00 a. m.

En la perpetua competencia por la atención de los electores, los políticos ya no temen encender fuegos con tal de convertirse en tema de debate público. Hace unos días, de la nada, un partido ultraderechista español propuso legitimar el uso de las armas para que cada cual pudiera defender su hogar de violadores y asesinos. Era una ocurrencia intempestiva. No solucionaba nada porque no respondía a ninguna necesidad real, y aun así logró convertirse en el tema del día y poner en boca de todos a la agrupación política.

A comienzos de esta semana, el actual presidente de México repitió la estrategia. Anunció que había pedido al rey de España que se excusara por la Conquista de América. ¿Estaba intentando solucionar un problema real y concreto? En absoluto. Se trataba de generar un conflicto donde no lo había para imponerle a la prensa un titular. Pareciera que los políticos se han dado cuenta de que la frivolidad, el escándalo o la conflictividad, si se traducen en cuotas de pantalla, cabeceras de prensa, debates de opinión, no salen caros. Al revés, sirven para conquistar los espacios de conversación y ganar presencia en la vida diaria. Se olvida el ruido y quedan las nueces. La pólvora no pasa factura; más bien potencia las marcas electorales.

En Colombia hemos vivido algo similar en estas últimas semanas a partir de las objeciones que presentó el uribismo a la Jurisdicción Especial para la Paz. Un tema que parecía superado, que ya había sido juzgado por la Corte Constitucional y del que depende la seguridad jurídica de los exguerrilleros vuelve a polarizar a la opinión pública. Y lo hace de la peor forma: instrumentalizando temas sensibles para hacer ver a la JEP como una institución que ampara, ni más ni menos, la violación de niños. Y ¿para qué? ¿Qué propósito puede haber en forzar a las instituciones del Estado a insistir en un problema que ya se había discutido larga e incandescentemente, y que además estaba bastante bien encaminado? Sólo se me ocurre una respuesta: devolver la discusión pública al terreno que más le conviene al uribismo —las heridas que dejaron las Farc- para caldear los ánimos antes de las elecciones regionales de octubre—.

Esta estrategia está siendo usada en todas partes y es una de las causantes del deterioro de las democracias. Ciertos políticos están explotando con mucho éxito el griterío, la indignación y el conflicto para movilizar las pasiones y activar al electorado. Al uribismo le dio resultados sorprendentes en el plebiscito por la paz, y ciertas acciones recientes, como las vallas publicitarias que han puesto en Antioquia con un mensaje que equipara la JEP con los victimarios del conflicto colombiano, hacen pensar que vuelven a las andadas.

Conflicto y polarización, crisis institucional, indignación ciudadana… En lugar de prevenir todos estos exabruptos, los políticos los están provocando. ¿Por qué? Uslar Pietri lo mostró en Las lanzas coloradas, una novela de los años 30 que parece actual. En medio del caos que rompe los consensos y erosiona el orden previo, se reparten de nuevo las cartas y cualquier cosa puede pasar. Nuevos actores, hasta entonces invisibles, pueden aspirar al poder. O, como en el caso de la Colombia actual, viejos poderes devuelven las manijas de la historia para perpetuar el espejismo de su indispensabilidad.

 

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