El valor del arte callejero

Yolanda Ruiz
15 de febrero de 2018 - 04:30 a. m.

Los trazos de los artistas callejeros se ven en toda gran ciudad y no pocas veces son motivo de debate: para algunos la línea entre arte y vandalismo es muy delgada, para otros es claro que arte no es solamente lo que se expone en los museos o se vende en cifras escandalosas en las subastas y es también aquello que se expresa en muros y fachadas. Un juez de Nueva York se convirtió en noticia mundial al reconocer el valor de los grafitis al fallar un pleito que enfrentaba a artistas callejeros con el dueño de un inmueble que decidió derribarlo llevándose por delante años de esfuerzo creativo. El arte por encima de la propiedad privada.

El lugar era conocido como 5Pointz en Long Island y se convirtió durante un par de décadas en uno de los referentes del arte callejero en el mundo. El dueño había permitido sin problema las pinturas en la fachada de su viejo almacén, pero un buen día decidió derribarlo porque quería hacer un complejo de apartamentos. Los artistas protestaron y el asunto terminó en el terreno legal. Difícil decisión la que debía tomar el juez: proteger el derecho del propietario o el de los artistas. Al final, el arte, que según el fallo merecía ser preservado, ganó la batalla y el juez ordenó al dueño indemnizar con US$6,7 millones a los artistas que se sintieron vulnerados.

Mientras el fallo llega a sus últimas instancias (seguramente habrá apelación), vale destacar una decisión que nos pone de presente el valor del arte que se mete en la vida de la gente, que nos aparece de la nada en plena calle, que nos habla desde las esquinas. Ese arte que puede ser efímero, como lo es también la música de un artista que toca el saxofón en un rincón. No sé nada de arte, más allá de sentir que hay obras que me conmueven el alma, pero puedo decir que la música, la pintura, la escultura cambian vidas de maneras insospechadas.

Dos historias para ilustrar esa capacidad transformadora del arte que se plasma en plena calle. En el barrio Las Aguas de Bogotá un mural cambió la realidad de la noche a la mañana. Durante años la esquina de la calle 16A con carrera tercera fue un punto fijo de basuras y refugio de atracadores. Un buen día estudiantes de arte decidieron limpiar el lugar y pintar un mural. El asunto fue tema de debate porque en esa primera pintura había una calavera entre los elementos de la obra y eso no gustó a algunos vecinos, pero otros notaron que la pintura había obrado un milagro: nadie volvió a arrojar basuras en la esquina y los atracadores tampoco elegían ese punto para esperar a sus víctimas. El mural había dado una vida nueva al lugar. Después de esos primeros trazos vinieron otras pinturas y hoy ese punto es una de las paradas de los turistas que hacen la ruta de los grafitis en el centro de Bogotá.

El impacto del arte se vive también en las calles empinadas de la comuna 13 de Medellín. Las fachadas pintadas de colores vivos albergan mil historias plasmadas en rostros de indígenas o mestizos. Desde los muros nos miran ojos de mujeres con el cabello convertido en fauna, niños que se abrazan o sonríen, viejos que reflejan nostalgia, pájaros gigantes, jaguares con su misterio felino o elefantes perdidos de su entorno. Esa comuna, escenario de batallas sangrientas, es también hoy paso obligado de los turistas que vienen a ver cómo “la violencia se arrodilla ante el arte”, según reportó en su portal un bloguero trotamundos.

El juez de Nueva York sin duda pasará a la historia porque su fallo nos invita a ver de otra manera esos grafitis que nos cuentan historias, que nos hablan y nos retan desde las paredes. Y pensar que muchos prefieren pintar de gris los muros que son lienzos en donde puede caber el universo.

 

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