Elecciones y razones para el optimismo

Juan Carlos Botero
01 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Abundan voces de alarma frente a los resultados de las pasadas elecciones regionales. Columnas como la de Juan Lozano, a quien aprecio y admiro, sonaron apocalípticas, destacando los peligros revelados en las urnas. “El retroceso democrático es escalofriante”, dice mi amigo Juan. “El sistema político está podrido”.

Discrepo. Mi lectura es la contraria. Claro, es urgente corregir las fallas de nuestro sistema político. Y es cierto, como dice Juan, que el procurador Carrillo tramitó denuncias de irregularidades a más de 500 candidatos a quienes les ha abierto procesos disciplinarios. Y sí, nuestro sistema no es perfecto. Para nada.

Sin embargo, lo que más extraigo del domingo son hechos positivos y razones para el optimismo.

Empezando, justamente, con las medidas del procurador. Mientras que otros países de América Latina son dictaduras o avanzan en esa dirección, eliminando la transparencia y la rendición de cuentas, habla bien de nuestro sistema que el procurador pueda destapar los actos de corrupción en torno al poder.

De otro lado, refleja gran madurez política que la capital elija a una mujer en el segundo cargo más importante de la nación, alguien admirable y hecha a pulso, que es abiertamente homosexual, y ese factor, que hace poco la habría invalidado de entrada, ni siquiera fue un tema de peso. Y el joven Galán, que quedó de segundas, tiene un futuro brillante, para bien de todos.

No sólo eso. Se esfumaron varios mitos que nos han metido a la fuerza. El contagio de la crisis política que reina en el resto del continente aquí no llegó. Y la inminente toma del poder por parte de las Farc, que el uribismo insufló para alarmar a la opinión y desacreditar el proceso de paz, se desinfló del todo. Ambos temores se apagaron el domingo.

Nuestro sistema político, con todos sus defectos, posee una fortaleza envidiable en América Latina. Cuando este permite que los poderes dominantes, que temíamos se iban a eternizar en el poder, sean desplazados sin violencia y de manera democrática, eso es admirable. Álvaro Uribe, incluso, perdió de manera clara en su propia tierra; la extrema derecha e izquierda se castigaron en las urnas, y el clientelismo, en parte, también. Todo eso es positivo.

Además, las elecciones demostraron que el sistema tiene la flexibilidad para integrar la disidencia política y permitir la expresión de la inconformidad mediante el voto. No tenemos que salir a protestar en las calles, como ocurre en otras partes del mundo. Aquí basta salir a votar.

Claro, hay temas que aterran, como el asesinato de líderes sociales, y otros que inquietan, como que los partidos tradicionales se evaporen, porque estos cumplen una tarea esencial en toda democracia. Pero ahora nuevas voces ocupan espacios y cautivan electores. Y eso refresca el aire de la política nacional.

De lo que más producía malestar en el pueblo, antes de la Constitución del 91, era eso: que la inconformidad política no se podía canalizar pacíficamente y que no había espacios para nuevos actores en el sistema. Eso cambió del todo y esta elección lo confirmó. Y mientras que en otros países la gente protesta en la calle para reclamar sus derechos, en Colombia esas peticiones, que son válidas y urgentes, se están tramitando en las urnas. Y eso se debe reconocer. Y celebrar.

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