Elogio de la cuerda floja

Cartas de los lectores
08 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Nunca, materialmente, he tenido la oportunidad o el valor de transitar sobre una cuerda floja. En cambio, en términos políticos, me parece que siempre ando con los pies descalzos en ese cable débil y vertiginoso. Vengo a defender esa cuerda floja. En materia política, a aquellos que solemos transitar ese puente colgante, esa tierra de nadie o de pocos, se nos tilda de tibios o contradictorios, de incoherentes, de cobardes. ¿Por qué, a nosotros los funámbulos políticos, se nos reclama furor y dientes apretados? ¿Por qué se nos reclama un dedo verdugo, un dedo impasible que nunca tiemble, que siempre esté dispuesto a señalar? Creo poder enumerar algunos motivos.

¿Se puede ser indiferente sobre una cuerda floja? La indiferencia no es otra cosa que el desdén por un entorno, el desapego a lo que circunda, a lo que a cada uno de nosotros acoge. Es posible abstraerse, enmudecerse, optar por el recogimiento en busca de concentración o reflexión. Lo que es imposible es no sentir que incluso mi ritmo de respiración, la velocidad a la que inhalo o exhalo tiene un impacto, una consecuencia en lo que rodea. Ser funámbulo es ser también alguien que camina sobre un lago helado, sobre una capa de hielo que amenaza con trizarse. ¿Cómo no medir los pasos? ¿Cómo no pensar que no soy el único que debe llegar al otro lado del lago? Una vez apoyado el pie sobre el cristal, ¿no soy responsable ya de todo lo que desde ese momento suceda?

Colombia es un país injusto, desigual, violento, desangrado, herido, sin cicatrizar. El Acuerdo firmado con las Farc fue algo parecido como la caída de un velo o un muro: detrás de él empezaron a hacerse más visibles e ineludibles los horrores, las mentiras, los abusos expresados en una corrupción mezquina, unas instituciones desarticuladas, un Estado deforme. El debate público se ha abrasado, los interlocutores se han multiplicado. Aquí adoptamos la costumbre de intentar comunicarnos entre las balas. Gritar es el único medio para hacerse escuchar entre las balas. Pero, entre menos balas, debería de haber menos gritos. ¿Cómo enfrentamos las injusticias? Habrá que encontrar un nuevo método que se parezca más al diálogo. Un funámbulo no grita, solo cuando cae.

En este mismo país de las balas todo lo hemos querido hacer a martillazos, con mano firme, con letra ensangrentada. Nos hemos visto absolutamente rodeados de barbarie. En ese purgatorio esperamos la luz, así como el universo esperó la voz de Dios para ser creado. Necesitamos un mesías o un superhéroe que chasquee los dedos y el agua corra, salten los peces, reine la alegría. Esperamos órdenes, estamos dispuestos a cumplirlas. Que venga el padre a enseñarnos modales, a darnos consejos para ser exitosos, para triunfar. Las palabras del mesías o del superhéroe se convierten en pedacitos de oro. Debemos abalanzarnos a recogerlas. ¡Ay de aquel o aquella político/a que no se le revienten los botones cuando habla! ¡Ay de aquel o aquella que no sostenga el dedo señalando hacia a lo alto, hacia lo infinito, hacia lo que nos espera! ¡Ay de aquel o aquella que no termine disfónico! ¡Ay de aquel o aquella que no nos enardezca! ¿Cómo es posible que no le brille la frente? ¿Quién le dio permiso de bajarse de la tarima?

Aquí, en la cuerda floja, cada paso debe ser cuidadoso y meditado, la vista siempre al frente, tratando todo el tiempo de mantenerse en la mayor estabilidad posible, en el mayor equilibrio. No quiero llegar a la otra plataforma. De conseguirlo, dejaría de caminar. Lo único que genera seguridad es la cuerda misma: a la izquierda, un abismo; a la derecha, otro.

David Santiago Mena Luengas.

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