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Emmanuel Carrère: en primera persona

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Juan Gabriel Vásquez
23 de enero de 2014 - 11:00 p. m.
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En 1993, el novelista francés Emmanuel Carrère leyó en los periódicos de su país las noticias sobre Jean-Claude Romand, y supo que tendría que escribir algo al respecto.

Durante 18 años, Romand había convencido a su familia de que era un médico prestigioso y trabajaba en la Organización Mundial de la Salud; cuando su mentira estaba a punto de ser descubierta, asesinó a su esposa, a sus hijos y a sus padres. Carrère tenía en su hoja de servicios varios libros de ficción, y en particular una novela corta que había gozado de cierto éxito, pero al llegar al juicio del asesino Romand no supo si debía escribir una novela o una crónica periodística. Decidió mandarle una carta al asesino y hablarle de sus intenciones. Si Romand le contestaba, iría a verlo y desecharía la idea de una novela; si no le contestaba, se las arreglaría como pudiera. Romand —previsiblemente— no le contestó, y Carrère acabó escribiendo Una semana en la nieve, una historia de pedofilia que no tenía relación directa con Romand, pero que estaba marcada por su propia historia de violencia. Dos años y medio después, el escritor recibió una carta del asesino: había leído Una semana en la nieve y aceptaba concederle una entrevista.

Así comenzó para Emmanuel Carrère una nueva vida literaria. Pues El adversario acabó siendo mucho más que el relato de una tragedia compleja y dolorosa de la vida real: Carrère se preocupó por meterse a sí mismo en el relato, por contar también la profunda marca moral que el contacto con el asesino le iba dejando, y al hacerlo descubrió en la primera persona narrativa una cantidad de posibilidades que nunca había imaginado. En los libros que siguieron después, este autor impredecible se ha dedicado a explorar esa primera persona. Sus narraciones pueden ser confesionales hasta la impudicia: en Una novela rusa, por ejemplo, discute en público los secretos más vergonzantes de la familia de su madre y además transcribe una carta pornográfica que le mandó a una novia. Sus narraciones pueden ser el altruismo en negro sobre blanco: en De vidas ajenas habla del sufrimiento de las víctimas del tsunami en 2004 y, en el mismo libro, del cáncer que agobió a la hermana de su pareja. Y los dos son libros extraordinarios: extraordinariamente francos, extraordinariamente humanos y extraordinariamente escritos.

Ahora Carrère ha publicado Limónov, una mezcla maravillosa de biografía, autobiografía, historia de la Unión Soviética y crónica personal de la Guerra Fría. Eduard Limónov es un escritor ruso al que la vida le ha alcanzado para ser líder de movimientos underground, soldado en el sitio de Sarajevo, mayordomo de un millonario en Nueva York y preso político en la Rusia contemporánea, y sobre todo ello escribe Carrère: ha convertido esa primera persona que descubrió con El adversario en un instrumento finísimo y maleable, capaz de enriquecer de maneras imprevisibles lo que entendemos por narrativa. Hacia el final del libro, Limónov dice que el interés por los otros forma parte de su programa de vida. Y comprendemos no sólo que Emmanuel Carrère comparte ese programa, sino que en ese interés por los otros puede muy bien haber un diagnóstico implacable de lo que más se echa en falta en la novela contemporánea.

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