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Emociones tristes

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Héctor Abad Faciolince
06 de diciembre de 2020 - 03:00 a. m.
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Mauricio García Villegas desciende de una serie de abuelos, bisabuelos y padres que vivieron 93, 99, 105, 111 años, y se murieron lúcidos, tranquilos, sin quejarse siquiera: simplemente un día se declararon cansados, se metieron en la cama y dejaron de respirar. Supongo que en tanta longevidad haya motivos genéticos, cerebros bien irrigados y corazones fuertes, pero esta buena herencia biológica no lo explica todo. Al lado de los genes hubo una manera de vivir, una virtud emocional básica que siempre practicaron en la política, en la religión, en el matrimonio e incluso en el aguardiente: la moderación.

Estos antepasados de García tenían, como él, una posición política definida (a veces liberal, a veces conservadora, a veces radical de izquierda o de derecha), eran religiosos o agnósticos, se casaban (por lo general una sola vez y para siempre), gozaban en la mesa y en la cama, no eran abstemios, pero todo lo anterior lo ejercían, una vez más, con moderación. Eran lo contrario del fanatismo, del sectarismo; lo contrario del resentimiento o de la ira; lo contrario de la gula o el alcoholismo; no eran conflictivos ni violentos, y lo único que odiaban era pelear. No, ni siquiera odiaban pelear. Para ser exactos: evitaban pelear, se retiraban discretamente en caso de pelea. Y no por cobardes, simplemente por moderados. Cuando eran católicos, creían en el infierno por obligación, pero aseguraban que este estaba vacío. Cuando eran comunistas, abogaban por perdonar a los burgueses sus culpas de codicia y explotación. Cuando eran liberales, predicaban que se respetara el tradicionalismo de los godos, que no podían ser distintos.

Mauricio García Villegas, que seguramente vivirá 113 años para romper el récord de sus parientes de Manizales, es moderado desde siempre, desde que lo conocí en el colegio, en cuarto de primaria, hace más de medio siglo. En esos antros de competencia, envidias, retos de fuerza y coraje, alianzas, amistades, enemistades, que son los colegios de hombres, a Mauricio nunca se lo vio pelear con nadie; a nadie le dijo nada hiriente; no puso un apodo denigrante, no humilló ni se humilló; a nadie le dejó un mal recuerdo. Afable con todo el mundo, generoso sin ser servil, educado sin ser adulador, en él todos buscábamos el consejo equilibrado, sensato, nunca dictado por el interés o la pasión.

Si digo todo esto sobre su manera de ser –en parte heredada y en parte muy suya– es porque el libro que acaba de publicar, El país de las emociones tristes, es el fiel reflejo de su propia vida, porque es, de todos sus libros, no solo el mejor, sino el que más se parece a él: en la tranquilidad, en la claridad, en la bonhomía, en la moderación. En este largo y serio ensayo sobre Colombia y las peores taras de nuestro país, Mauricio García identifica (en nuestra historia remota y reciente) las características nocivas, irracionales, emotivas, que nos han llevado a nuestros sucesivos fracasos como nación. Apoyado en opiniones sólidas de algunos de sus héroes filosóficos clásicos (Montaigne, Hume, Condorcet, Spinoza) y en hallazgos recientes de sociobiología y psicología evolutiva, nos va orientando con claridad y equilibrio por el camino de nuestras neurosis personales y colectivas.

Además de ser una exploración aguda de nuestra idiosincrasia, desde el punto de vista histórico y sociológico, El país de las emociones tristes es también un libro útil para entendernos como individuos y como ciudadanos sometidos a una herencia cultural compleja y perniciosa. Con firmeza y compasión Mauricio García nos hace ver nuestra dañina tendencia a la discordia, a la exageración, al odio, a la animadversión por todo aquel que no sea de nuestro propio grupo político, religioso o de interés. Lleno de análisis al mismo tiempo inteligentes y sencillos, este libro nos enseña muy importantes caminos emocionales para alcanzar la convivencia pacífica con que tanto hemos soñado y que nunca hemos podido conseguir.

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hernando(26249)06 de diciembre de 2020 - 10:22 p. m.
estudiar las emociones es decisivo pues son ellas las q rigen la política. Mauricio y Hector contribuyen en grande a q entendamos los odios y servidumbres q impiden la paz, equidad y productividad. Ojala aprendamos pronto a respetar y respetarnos como un pais q, honrando nuestras diversidades, tenemos acuerdos sobre lo fundamental.
NESTOR(11779)06 de diciembre de 2020 - 05:20 p. m.
Por sus escritos se ve que don Mauricio es persona admirable. Pero no avertó en el título de su libro.
  • NESTOR(11779)06 de diciembre de 2020 - 05:21 p. m.
    Acertó
bernardo(19305)06 de diciembre de 2020 - 04:41 p. m.
Desde que apareció en El Espectador Mauricio ha sido mi referente ideológico y emocional todos los sábados y sufrí su ausencia de algunos meses. Me alegra muchísimo esta reseña. Compraré algunos ejemplares. Excelente niño Dios para los buenos amigos.
Alex(2475)06 de diciembre de 2020 - 04:21 p. m.
Espero que no le hayan pedido el favor de escribir la columna. Porque si la columna es como el libro, qué vaina para aburrida.
Federico(14355)06 de diciembre de 2020 - 04:18 p. m.
Don Héctor. Le cuento que ya me leí su recomendado de Juan Vicente Piqueras. Excelente. Ahora vamos a ver como resulta este de García Villegas.
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