Empate y negociación

Arlene B. Tickner
10 de julio de 2019 - 03:00 a. m.

En la literatura sobre resolución de conflictos, se ha popularizado el concepto de “empate mutuamente dañino” para determinar si existe la “madurez” necesaria para que las partes perciban que la negociación, en lugar del uso de la fuerza o la rendición unilateral, es preferible para salvaguardar sus respectivos intereses. Desde el 30 de abril, cuando la oposición lanzó la Operación Libertad, el balance de poder con el régimen chavista se ha estancado, invitando a pensar que aquella condición inicial ya está dada para una salida negociada a la crisis en Venezuela.

En el caso de la oposición venezolana, la incapacidad de voltear a una cantidad suficiente de militares, la dificultad de mantener movilizada a la desesperada población, el desgaste del discurso de que “solo es cuestión de días” hasta que caiga el dictador y las fracturas entre distintos sectores opositores han frenado el impulso con el que arrancó Guaidó como presidente autoproclamado. En el de Maduro, las divisiones entre quienes ocupan el poder y dentro de la institución militar, el aislamiento internacional, la crisis económica y, más recientemente, las espeluznantes denuncias de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU han recortado sus márgenes de maniobra pese al firme apoyo de Rusia y Cuba.

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Ante la situación descrita, los acercamientos facilitados por Noruega deben ser fuente de moderado optimismo. Ese país puede ser decisivo para arrancar un proceso de negociación, pero el apoyo internacional será fundamental para garantizar su culminación exitosa. Para ello no ayuda insistir en que no es posible con Maduro, porque este jamás accederá a dejar voluntariamente el poder ni a convocar elecciones libres; ni alegar que el diálogo solo lleva a que Maduro mame gallo y gane tiempo, igual que en el pasado. De hecho, la obstinada renuencia a aceptar la negociación como salida viable a la crisis significa que en la medida en que avance esta alternativa, países como Colombia y actores como la OEA van a quedar relegados a no tener papel alguno en ella. En contraste, y reconociendo la constructiva labor que también trata de ejercer el Grupo Internacional de Contacto, es interesante observar que Rusia, Estados Unidos y Cuba ya están asumiendo posiciones más pragmáticas. Mientras que los primeros dos han sostenido conversaciones en búsqueda de una solución aceptable para ambos, Canadá, aprovechando su estrecha relación con Cuba y el viraje dado por Trump a la interacción con la isla, media para que esta también esté a bordo.

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Pensar con el deseo, como siguen haciendo el Gobierno colombiano e importantes medios nacionales, es desconocer la realidad venezolana y perder vigencia en la búsqueda de una solución pacífica a una crisis que nos afecta profundamente. Si la tercera ronda de conversaciones en Barbados ha de servir para algo, debe ayudar a superar la camisa de fuerza de la oposición, consistente en la fórmula “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres con observación internacional”, confirmar la voluntad de las partes de negociar en serio y un cronograma tentativo para ello, y establecer algunas exigencias razonables, como el cese de ejecuciones extrajudiciales, la liberación de presos políticos y el continuado ingreso de ayuda humanitaria.

 

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