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En el reducto de un estado peregrino

Eduardo Barajas Sandoval
22 de diciembre de 2020 - 03:07 a. m.

De cuando en vez aparecen pseudo estados que tienen por destino sobrevivir a duras penas, atrapados entre poderes que les son interesadamente amigables, complementarios u hostiles, y cuya suerte solo les importa a sus inventores o a sus vecinos. Geografía e historia, en sus combinaciones de nunca terminar, los condicionan desde fuera, mientras en el interior los estremecen los aciertos y los yerros de una dirigencia inamovible.

Maia Sandu, en su primera rueda de prensa luego de ganar la carrera presidencial en Moldavia, reclamó el retiro de las tropas rusas de una región que se extiende a lo largo de la frontera con Ucrania y que, en la rebatiña del desmonte de la Unión Soviética, resolvió declararse independiente. La respuesta rusa no se hizo esperar, en los términos típicos de potencia madrina: “Rusia cumple un papel fundamental en la región y semejante movimiento llevaría a una desestabilización muy inconveniente”. Desestabilización en un rincón escondido, sin costas sobre mar alguno, ni pena ni gloria.

Las cosas tienen allí su garabato histórico. La región de Transnistria, más allá del río Dniéster, que sigue derecho hacia el Mar Negro, pasó en 1944 a formar parte, de manera inapelable, de la República Socialista Soviética de Moldavia, cuando la recuperaron las tropas rusas, vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Pero ese es apenas el penúltimo eslabón de este lado de la cadena. De ahí para atrás tuvo épocas de identidad propia, por lo menos en el juego territorial de otros tiempos entre Rusia, Rumania y el Imperio Otomano. Con esas remembranzas quiso, a la caída de la URSS, volver a hacer su propio camino y separarse de Moldavia. Entonces se declaró independiente, bajo el nombre de República Moldava Pridnestroviana, con la ayuda rusa y los tradicionales argumentos de amistad y protección.

La petición de retiro de las tropas rusas no es cosa nueva. La Asamblea General de las Naciones Unidas, con ese precario poder simbólico que hace ver su inocuidad para el manejo de temas como el de la crisis tras el Dniéster, expidió en 2018 una resolución pidiendo el retiro de las tropas rusas. Solamente 64 países estuvieron de acuerdo, 83 se abstuvieron y Rusia, Irán, Corea del Norte, Siria y la Bielorrusia de Lukashenko votaron en contra. Hasta ahí llegó ese “asunto miniatura”, que se parece a los de Abjasia, Osetia del Sur y Artsaj, listado de pretendidos “estados” con la condición peregrina de subsistir en una especie de congelador político.

Sin prejuicio de incidencias y pasiones locales, otra vez estamos ante el espectáculo de la frontera de reemplazo de la Cortina de Hierro, que de manera sinuosa y flexible separa diferentes versiones Europa, unas bajo el magnetismo de Moscú y otras con el atractivo de instituciones políticas y culturales guiadas por las estrellas de París, Viena, Roma, Berlín, Londres, y ahora Bruselas. Transnistria y la propia Moldavia son precisamente lugares de aquellos que se debaten entre una y otra fuerza de atracción.

En esos y otros lugares, desde el fin de la Guerra Fría han alternado periodos de una u otra preferencia. Pero tal vez nadie ha podido sintonizar definitivamente los territorios provenientes de la influencia soviética con ninguno de los mundos que se los disputan. La Rusia de Vladimir Putin ha buscado contrarrestar la arremetida de la Unión Europea, que se apresuró a admitir en su seno las más que pudiera, de las repúblicas que quedaron expósitas con la disolución de la URSS, para restaurar el “cojín” de protección organizado a la fuerza por Stalin, para darle un respiro a una Rusia, que también anda ahora en busca de su propio camino.

Maia Sandu es partidaria de la Unión Europea y de la aproximación de su país al bloque occidental. Formada en Harvard, en un tiempo economista del Banco Mundial, ministra de educación y luego primera ministra de Moldavia, quiere hacer válido el plan de aproximación que su país, lo mismo que Ucrania y Rumania, convinieron con la Unión Europea en materia de manejo fronterizo. Paso que estuvo seguido de la firma de un Acuerdo de Asociación que le aproximara a la Europa comunitaria dentro de un proyecto destinado a atraer a los países ex soviéticos. Rumania, muy solícita, y ahora miembro de la Unión Europea, no ha dejado de manifestar su interés en la eventual entrada de Moldavia a la Unión. Solo que al mismo tiempo ha puesto la incorporación de la misma Moldavia a su territorio. Precio que ningún gobierno moldavo estaría dispuesto a pagar. Pero claro, la tendencia de Maia no es única, como lo demuestra el hecho de que sus partidarios han salido a la calle a reclamar la disolución del parlamento, dominado por las fuerzas políticas precisamente orientadas hasta ahora en la dirección de Moscú.

En medio, y en el fondo, de todas esas disputas, cabe preguntarse por las opciones y el destino de la democracia en esos escenarios de frontera. Entonces es cuando se puede advertir que, como en toda época de definiciones, se puede pasar con relativa facilidad de la aspiración nacional al populismo y eventualmente al desencanto. Con el obstáculo a vencer del desmonte de un liderazgo post soviético, por lo general oligárquico, que se las ha arreglado para ser tenido como portaestandarte de una serie de causas precarias que pueden fortalecer la unidad interna pero sin progreso evidente en ninguna dirección.

Casi en todas partes, o por lo menos en algunos segmentos de la sociedad, se nota en esa zona de frontera una cierta añoranza de la era soviética. Los servicios son allí, como en todas partes, la medida cotidiana de la bondad de los gobiernos. Entonces salta el recuerdo de la educación, adoctrinante y todo, pero organizada y fuerte, lo mismo que la salud. Lo demás ya se sabe que no andaba muy bien, pero tampoco escaseaba y, sobre todo, no existía esa angustia por la competencia feroz, pues bien que mal de algo servía el discurso reiterado de la igualdad social. Elementos todos que vale la pena tener en cuanta a la hora de plantear alternativas que lleven a la gente a estar convencida de las bondades de un emprendimiento definitivo en la dirección occidental.

Rusia conoce muy bien, y maneja magistralmente, por lo general en favor de sus intereses, todas esas aspiraciones y experimentos. Desde la época soviética, para no ir más atrás, ha dosificado cuidadosamente su condición de potencia militar, con los argumentos culturales e históricos que juegen en su favor, y por lo general termina por acomodarse a arreglos de los que se convierte en madrina y operadora. Así, con experiencia imperial manda inmigrantes, ahora que no puede decretar otra cosa, realiza ejercicios militares y mantiene tropas, por si acaso y según su conveniencia.

Ahí va a seguir Maia Sandu, mientras dure su gobierno, con el reclamo de que “Moldavia es un país independiente que no desea tropas extranjeras estacionadas en su territorio”. Y sin duda reiterará su voluntad de “trabajar con los rusos todo el tiempo que sea necesario para arreglar el problema de la salida de armas y tropas del territorio moldavo”. Tiempo visto con la veteranía de Moscú como un nuevo episodio del juego interminable de polos de atracción para los habitantes de un país que puede volver a tomar otro rumbo, mientras las tropas se van quedando, y bajo su protección los gobernantes del fantasma de Transnistria.

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Atenas(06773)22 de diciembre de 2020 - 10:18 p. m.
Y frente a tales incertidumbres q' en aquellas lejanas y milenarias naciones se cocinan, y como en un peloteo insulso sin saber bajo q' ejida quedarán, lo nuestro en latinoamerica es un juego de niños.
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