En tierra de hombres

Columnista invitado EE
05 de marzo de 2019 - 07:43 p. m.

Por Nina Chaparro *

La directora de cine Niki Caro relata en la película En tierra de hombres la historia de una mujer que, en los años 80, consigue trabajo como obrera en una mina de las montañas de Minnesota. Esta historia, basada en hechos de vida real, muestra cómo los compañeros, jefes y la misma comunidad ejercen y permiten distintos tipos de violencia contra ella y sus compañeras de la mina por el hecho de ocupar un espacio históricamente masculino.

En la actualidad, siguen existiendo este tipo de espacios que habitan en nuestros imaginarios como lugares de hombres y que son hostiles e inseguros para las mujeres. Un ejemplo de estos es el fútbol que, al igual que en la mina de la película de Caro, las mujeres que pisan el césped son en mayor medida ofendidas, acosadas y maltratadas. ¿Por qué? La razón principal es que ellas amenazan la masculinidad de estos espacios. Me explico. Una mujer que simbólicamente representa “lo femenino” –delicada, no violenta, emocional y bella–, cuando entra a estos espacios “masculinos” –lo fuerte, racional, competitivo y feo–, le está diciendo a la sociedad que estos lugares valorados por la fuerza o la racionalidad no son exclusivos de los hombres, que la masculinidad también pertenece a las mujeres, y que podemos hacer los mismos trabajos que ellos porque somos iguales. Qué más humillante en las sociedades machistas que comparar a un hombre con una mujer.

Justo por esto, las mujeres que entran a jugar en el terreno masculino, desde niñas, son sancionadas por la sociedad y tildadas de lesbianas, machorras, bruscas y feas. Si bien estas características no son ofensas, en países como Colombia son palabras que tienen una enorme carga de desprecio y rechazo por aquellas mujeres que se salen de los márgenes de lo femenino. Eso también explica por qué hablamos en mayor medida de las jugadoras de fútbol que nos parecen, más que talentosas, bonitas. 

No pasa lo mismo con los espacios históricamente habitados por mujeres. Una vez ellos entran a la cocina se convierten en chefs y ellas siguen siendo cocineras. En la casa, por hacer lo que deben hacer, son los mejores esposos y papás, y ellas siguen siendo las mamás.

Hace unas semanas, algunas jugadoras de la Selección Femenina de Fútbol denunciaron gravísimos casos de violencia sexual y acoso, así como situaciones de corrupción e irregularidades como la dotación de uniformes usados, falta de viáticos y de instalaciones de entrenamiento, salarios paupérrimos y, en general, una clara desigualdad de trato en comparación con los hombres. La respuesta de la Federación Nacional de Fútbol fue pasar la página y cerrar la selección de mayores femenina. Si retomamos el anterior argumento, la razón por la que la federación se siente con la libertad de cerrar, en un chasquido de dedos, una selección nacional y, ante este hecho, tanta indiferencia, es que todavía como sociedad sancionamos directamente o con nuestra apatía a las mujeres que retan los estereotipos y se atreven a jugar en el terreno de los hombres.  

A raíz de este escándalo, el pasado 4 de marzo, la vicepresidenta junto con otras funcionarias del gobierno y las principales directivas de la Federación Nacional de Fútbol y Coldeportes firmaron un pacto por la transparencia en el deporte. En este documento no se habla ni de la permanencia de la Selección Femenina de mayores ni de igualdad en condiciones incluidos los salarios. Sería una contradicción que, sin estos mínimos, Colombia esperara ser sede en la Copa Mundial Femenina de la FIFA en el 2023. Esperemos que el gobierno y la Federación sean capaces de demostrar que el fútbol ya no solo se juega en tierra de hombres. 

* Investigadora de Dejusticia.

@ninachaparro

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