Quizás no haya mejor ejemplo sobre la ideología de las derechas en Colombia que ese de montar un protestódromo, el lugar viscoso adonde podrían ir los desadaptados a practicar sus desafueros.
Es la aplicación obediente e instintiva de los prejuicios de una forma de concebir el mundo, si el mundo son sus prebendas, sus herencias, sus tierras y, especialmente, la forma de interpretar esos prejuicios.
No se trata de un descache, como no lo fue tampoco el de Paloma Valencia cuando pedía dividir el Cauca entre “los bárbaros”, encarnados en los indígenas, y su civilización pretendidamente blanca, pura y paradójicamente católica.
Si por ellos fuera, el que piensa distinto debería estar confinado a un resguardo o a ese viejo concepto de arrimo, entendido como “acuerdo” entre vecinos para apoyar sus viviendas, obviamente bajo el articulado centenario de la ley del embudo, con base en el derecho consuetudinario, ese que defienden aludiendo a las costumbres, a su presunta heráldica, a sus títulos nobiliarios, a sus zonas francas.
Es esa perspectiva que acepta a los otros como un mal necesario, pero con espacios y hasta puertas de acceso diferentes; que avala en la nueva realidad el distanciamiento, que no concibe siquiera el contacto visual con los otros, a los que considera inferiores o, por lo menos, subordinados, y mucho menos el contacto físico.
Es la misma cosmovisión (y pensar que antes creíamos que era una metáfora) del patrón dando órdenes desde la finca, vía Twitter; de los baldíos para quien los ponga a producir, o de los subsidios a terratenientes para que empleen a los desposeídos; del mayordomo persignándose por sus muchos pecados, pero yendo a otra misa, lejos de las alpargatas, las lágrimas y las quejas.
Del siervo fiel y enceguecido por la soberbia, como en esa increíble carta al diario El País de España, que pide al mundo comprensión —toda una muestra de condescendencia— para la forma de dirimir nuestras diferencias.
En fin, la añoranza de las encomiendas, esas instituciones culturizantes y adoctrinantes, semilla de todas nuestras violencias.