Encuentro de tres mundos

Eduardo Barajas Sandoval
07 de octubre de 2014 - 02:00 a. m.

Diferentes mundos se buscan todavía en procura de explicarse mejor el sentido de la vida y comprender la majestad de la naturaleza.

 Sin decirse una palabra, que en todo caso ninguno de los dos habría entendido, Guneymaku Chaparro, Mamo arhuaco, y Tenzin Priyadarshi, monje budista discípulo del Dalai Lama, se tomaron de las manos y tocaron levemente sus cabezas para despedirse luego de un encuentro que en la Sierra Nevada de Santa Marta habían esperado por varios siglos.

Dos horas más arriba de la capital venerable de Nabusímake, luego de caminar por parajes tradicionalmente vedados a los hermanos inferiores, es decir a quienes no hemos alcanzado la altura suficiente para entender la visión arhuaca del mundo, tuvo lugar esa reunión, todos con los pies descalzos, en contacto directo con la Madre Tierra. Con sus trajes blancos, coronados por la gorra que simboliza las cumbres nevadas de la Sierra, los Mamos recibieron con emoción amistosa al monje vestido con su atuendo ocre y naranja, cargado de bondad y dispuesto de buena voluntad a escuchar el mensaje del que sería portador hacia el jefe espiritual de los budistas tibetanos.

Tenzin Priyadarshi salió a los diez años de su casa impulsado por una fuerza que lo llevó después de varios días a un monasterio que había visto solamente en sus sueños. Allí supo que le estaban esperando y desde entonces ha dedicado su vida al estudio y la meditación, pero sobre todo a la ayuda de tantos seres que recurren a su orientación en medio de las dificultades de esta vida que él mira con la sencillez y la sabiduría acumulada de quienes son capaces de ir a lo esencial y desdramatizar lo que, en nuestra indefensión tradicional, entendemos como embates del destino.

Habla y actúa como un hombre fresco y vital de cuatrocientos años que habita un cuerpo de menos de cuarenta. Sin alarde alguno y con naturalidad responde a preguntas de toda índole con una lógica esencial, refinada y contundente. Estudió física, como lo había querido uno de sus antecesores, y también filosofía y relaciones internacionales. Tiene su nido como capellán budista del MIT, Instituto Tecnológico de Massachusetts, y es director de un centro para la ética y los valores transformativos en esa Universidad donde se forma parte de la élite del mundo contemporáneo. Pero sobre todo es portador de una tradición milenaria, cuyo peso lleva con gracia que le permite dialogar con quien sea y participarle, sin arrogancia alguna, de las luces de su sapiencia.

Los Mamos habían pasado en vela la noche anterior en un diálogo extenso con sus discípulos, que les informaron sobre particularidades del budismo que podían tener cosas en común con la forma arhuaca de interpretar la vida. El mensaje que Tenzin se ofreció a llevar quedó plasmado en una serie de intervenciones de los jefes espirituales que comenzó con la afirmación de que allí, en la Sierra, siempre esperaron que un hombre venido de Oriente les traería un mensaje de comprensión y aliento en su lucha por la defensa de la Madre Tierra y de la armonía en las relaciones entre los seres que la habitamos.

Luego vinieron intervenciones procedentes de sus creencias ancestrales, como el respeto por la tierra y el medio ambiente, esto es los ríos, los árboles, las lagunas sagradas y la vida de todos los seres, las piedras y las montañas, con las que se debe dialogar, el apego a la Ley de Origen, que se observa porque se hizo para observarla y que pone orden entre lo bueno y lo malo, la luz y la oscuridad, y todos los seres que forman la naturaleza, incluidos los humanos, claro está. Humanos que deben y pueden ser capaces de la felicidad colectiva. También expresaron su angustia por las amenazas al equilibrio natural del que son guardianes, y por la incomprensión de las leyes que lo tutelan, que son el principio de la continuidad del universo. Todo debido a la incapacidad para captar los sentimientos y los mensajes de la naturaleza y reconocer la temporalidad de quienes habitamos el planeta y cumplir nuestras obligaciones hacia el futuro.

Fue un encuentro fluido y conmovedor de dos mundos que tienen bien claro su origen, sus principios, sus creencias, sus valores, sus rituales y el sentido de su destino. Dos mundos serenos en el disfrute de su sabiduría, que saben guardar sus tradiciones y vivir la vida con sencillez y alegría. Capaces de comprender las debilidades del alma humana y de sanar sus angustias con la voluntad y la compasión necesarias para afrontar las incógnitas del porvenir.

Todo pasó delante de testigos mudos procedentes de un tercer mundo: el de la mayoría de los colombianos, sin claridad sobre su origen, confundidos a la hora de pensar en sus principios, desordenados en sus creencias, vacilantes al hacer cuentas sobre sus valores, renegados de sus rituales y perdidos respecto del destino. Convencidos eso sí de ser los más felices del planeta, orgullosos de ser los más avivatos, indolentes ante la violencia y la desigualdad, presumidos de vivir en una democracia avanzada, listos a disputarse a muerte cada privilegio como cada metro de calle, sometidos con gusto a modelos de orden que esterilizan la imaginación y la iniciativa, vestidos como nos vestimos sin saber por qué y dispuestos a dar la vida antes que ser criticados. El grupo de los aprendices.

 

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