Escritor naranja

Santiago Gamboa
13 de julio de 2019 - 05:30 a. m.

Desde su inolvidable visita a la Conferencia General de la Unesco el año pasado, el presidente Iván Duque definió su idea de la cultura dentro de la “economía naranja” usando como símil poético la insólita figura de los Siete Enanitos. Para él, el artista debe ser un “empresario de sí mismo”, alguien que ofrece su producto valorizándose por medio de internet y que, al igual que las llamadas startups, o compañías emergentes, puede suplir su ausencia de capital inicial con una gran dosis de originalidad e inspiración, y con un “plan de negocios” profesional. Solo así encontrará con naturalidad su lugar en la “economía naranja”, tema del que los artistas colombianos deberán ocuparse a partir de ahora.

Traigo esto a colación a raíz del incidente con el festival literario LEA, celebrado en Atenas y dirigido por Adriana Martínez. Ocurrió que, de repente, la Embajada de Colombia en Italia (concurrente en Grecia) decidió retirar el auspicio que le daba desde hace más de 10 años, disgustada por los autores que invitó en ocasiones anteriores y con el argumento de que estos no corresponden a los nuevos “lineamientos de pertinencia” del Gobierno. ¿Y en qué consisten estos “lineamientos de pertinencia”? Hasta ahora no se sabe muy bien, pues la Cancillería no los ha explicado y mucho menos la embajadora Gloria Isabel Ramírez, quien envió una carta a los medios explicando con ejemplos recientes que ella sí apoyaba la cultura. La carta llamó mucho la atención, pero no por su contenido, sino por sus asombrosos y conmovedores errores de ortografía, que sorprenden en una comunicación oficial de un embajador que, paradójicamente, está retirando el apoyo del país a un festival de escritores.

La irritación de la embajadora con el festival LEA comenzó en mayo pasado, cuando fui invitado a la Feria Internacional del Libro de Salónica. Dicha feria pidió ayuda al cónsul honorario de Colombia, el empresario griego Michalis Skoufalos, quien decidió financiar de su bolsillo mi pasaje de avión. Fue entonces cuando la embajadora expresó su disgusto: ¿por qué el cónsul honorario apoyaba mi participación sin su permiso? ¡Mi nombre no aparecía en los “lineamientos de pertinencia” del Gobierno! ¡Es un enemigo! Pensé en mi colega venezolano Alberto Barrera Tyszka, cuya presencia en festivales nunca tiene el apoyo de las embajadas venezolanas por no cumplir con la “pertinencia” del gobierno de Caracas. Y tanto en el caso de Barrera como en el mío esto es rotundamente cierto. No represento ni la “pertinencia” ni las políticas del nuevo Gobierno, todo lo contrario. Por eso he dicho a las editoriales que me publican que no pidan ayuda a las embajadas de Colombia. No soy ni quiero ser un “escritor naranja” y cuando hablo de mi trabajo o me preguntan por mi país, lo que hago es expresar mi apoyo al proceso de paz, mi temor ante el ascenso del paramilitarismo y el horror cotidiano por la ola de crímenes a líderes sociales, temas que nada tienen que ver con los Siete Enanitos ni con la economía naranja. Por eso, en realidad, me siento orgulloso de estar por fuera de esa “línea de pertinencia” que tanto se parece a un veto o a una lista negra. Porque como suele suceder con esas listas, lo correcto es estar en ellas.

 

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