Ese odio que nos arrastra…

Patricia Lara Salive
30 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

“…Ay, esos otros sentimientos, / debiluchos y torpes. / ¿Desde cuándo la hermandad / puede contar con multitudes? / ¿Alguna vez la compasión / llegó primero a la meta? / ¿Cuántos seguidores arrastra tras de sí la incertidumbre? / Arrastra solo el odio, que sabe lo suyo”.

Wislawa Szymborska, El odio, fragmento.

“Hay un buen número de colombianos que considera la paz una derrota”, afirmó la revista Semana a raíz de la entrega de armas de las Farc y de su terminación como movimiento armado.

¿Cómo puede ser eso posible?, me pregunté al leer el comentario. ¿Cómo puede no alegrarse el país entero ante el arribo de la noticia más importante del último medio siglo, esa que definitivamente parte en dos la historia de Colombia, esto es, el fin de la guerra con el movimiento guerrillero más antiguo y poderoso de América Latina, las Farc, una guerrilla que ninguno de los últimos presidentes (Guillermo León Valencia, Carlos Lleras Restrepo, Misael Pastrana, Alfonso López, Julio César Turbay, Belisario Betancur, Virgilio Barco, César Gaviria, Ernesto Samper, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe I y Álvaro Uribe II) había podido derrotar; una insurgencia tan arraigada en vastas zonas campesinas que ni siquiera el más guerrero de los guerreros, Álvaro Uribe Vélez, había conseguido que le entregaran un solo fusil? ¿Cómo es posible que el país no se levante de pie a aplaudir el mayor logro de su historia?

“Eso se debe a que en el último año de las negociaciones de paz ya había bajado sustancialmente la violencia atribuible a las Farc”, decía el analista Héctor Riveros, “y a que muchos otros factores de violencia siguen activos (Eln, Clan del Golfo, etc.)”, agregaba.

O se debe a que “la predisposición positiva de los colombianos hacia la paz se perdió tras la negociación fallida con las Farc en el Caguán”, comentaba el senador Antonio Navarro, y a que “las Farc intentaban por la fuerza ganar espacio en la negociación, pero lo perdían en la opinión pública, y sólo al final le dieron importancia”, añadía.

¿O será, como dice el escritor Héctor Abad, que el país es “alérgico a las buenas noticias”? Y que “el medio país de viudas del poder, cuando empezó el proceso de paz, dijo que las Farc nunca firmarían un acuerdo. Cuando lo firmaron, que era un pésimo acuerdo. Cuando lo cambiaron siguiendo las sugerencias de los del No, entonces dijeron que no lo cumplirían. Cuando lo empezaron a cumplir desmovilizándose y yendo a las zonas de concentración, que no entregarían las armas. Y ahora que llega la entrega de armas, vuelve y empieza la misma retahíla de negación y mentiras”.

O, me pregunto, ¿será que nos asusta vivir sin un enemigo al cual acusar de nuestra propia maldad y más fácil que mirarnos al espejo nos queda mirar hacia esos malos que allá nos matan y nos secuestran?

¿O también será que los que se niegan a aceptar las evidencias de que el proceso de paz culminó con éxito llevan a cuestas montañas de rabias, de resentimientos personales, de odios y de envidias que hacen que se identifiquen de inmediato con quien enarbola la bandera del odio movilizado por su propia e irremediable envidia?

¿O será que de odiarnos tanto y durante tanto tiempo, como en el poema de Szymborska, ya no nos mueven ni la compasión ni la hermandad y sólo el odio nos arrastra?

Quizás sea todo a la vez…

Pero ya es hora de que nos desprendamos de nuestro caparazón de envidias y de odios y de que empecemos a caminar livianos, y en paz…

www.patricialarasalive.com, @patriacialarasa

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar